El debate sobre las ONGs en el país de la canela
Por Juanita Rojas – trabajadora social y columnista
«El eje del universo descansa sobre una canción, no sobre una ley.»
— Walt Withman
En su trilogía sobre la conquista de América William Ospina describe el país de la canela como ese lugar perfumado de exuberante belleza, símbolo de lo que legiones de hombres crueles y dementes han buscado sin fin a lo largo de las edades: la belleza en cuya persecución se han destruido tantas bellezas, la verdad en cuya persecución se han profanado tantas verdades, el sitio de descanso por el cual se ha perdido todo reposo. Un país al norte del que los indígenas de Perú hablaron a los conquistadores que terminan perdidos en la selva descubriendo el río Amazonas, un paraíso bien distinto al soñado.
Quizá es la memoria de la conquista salvaje que buscaba frenéticamente el dorado y aniquilaba pueblos y culturas enteras, la referencia más cercana de aquellos que miran con recelo la cooperación internacional, a la que perciben como una empresa perversa que impone un discurso y prácticas devastadoras asociadas al capitalismo más cruel. Poniendo a todas las organizaciones en un mismo saco, se olvidan algunas de sus bondades como la de haber sido de los primeros espacios abierto a la contribución de mujeres indígenas como la misma pensadora Maya Aura Cumes señalaba en una reciente entrevista.
Quizá también olvidamos intentos por aportar al dialogo y la construcción de aprendizajes críticos y propositivos que emergen desde lo local y se mezclan con visiones venidas de otras latitudes generando posibilidades de cambio que nacen de la vida y no de un pasaporte.
Un mundo tan diverso necesita miradas más complejas, menos dogmáticas y más respetuosas con la vida y sus posibilidades. Las lecturas radicales impiden encuentros que pueden significar un verdadero acto de belleza. Pensemos por ejemplo en el origen del flamenco, la Cumbia o el Candomblé, géneros musicales apasionados y profundos que nacieron de la mezcla de culturas.
A pesar de que hay sectores para los que el desarrollo sigue siendo una búsqueda de capital y el poder, hay otros para los que significa emprender un viaje hacia el descubrimiento poético de América (y otros territorios), como dice Ospina de su obra. Un viaje a la vida que no se hace en soledad y desde afuera sino en colectivo y desde la piel porque “a medida que uno se va llenando del país, el país se va llenando de uno”, dice Whitman.
Quizá hay sectores de la cooperación internacional que representan ese viaje hacia un bosque aromático que espera a quien esté dispuesto a una nueva y exuberante belleza. Comparto las palabras de William Ospina sobre el país más hermoso que puede conocerse, “ese que buscábamos con frío y con dolor, con hambre y con espanto tras unos riscos casi invencibles,” ese que encontramos aromático por momentos y a veces simplemente intuimos.