El silencio frente al desastre climático
— Por Simona Rovelli, Docente de Geografía Politica y Económica Mundial y Cooperación y Organismos Internacionales en la Universidad Rafael Landivar, Quetzaltenango
.
A pesar de multíplices evidencias en nuestra vida diaria, que no necesitan de conocimientos científicos para ser captadas, hoy en día hablar del cambio climático es todavía un ejercicio de equilibrismo entre tabú y locura. Han pasado alrededor de cuatro décadas que se empezó a hablar de posibles consecuencias devastadoras sobre el clima, causadas por factores antropogénicos; la creación de una institución científica intergubernamental (IPCC) que ha divulgado abundantes informes al respeto; más de 20 conferencias y cumbres a nivel planetario, generando convenciones, acuerdos, declaraciones, líneas guías, protocoles, mecanismos, planes de acción, etc… Todo esto sin lograr acciones adecuadas, pero tampoco que el ciudadano cualquiera comprenda la magnitud del problema.
Eso a pesar de que, como declara el Secretario General de la ONU Ban Ki Moon, “dentro de tres decenios, el mundo será un lugar muy distinto. El aspecto que tenga dependerá de las acciones que realicemos ahora.” Si es cierto que los daños ya son irreversibles, pero que podemos todavía contener la catástrofe, ¿cómo es posible que este no sea el argumento principal de cada conversación, desde una reunión entre jefes de estado, hasta la plática entre amas de casa que se encuentran comprando verduras al mercado?
En la sociedad moderna, lo que no aparece en los medios de comunicación no existe. Así que esta ha sido la táctica de los “dueños del mundo” para no crear pánico, no alterar equilibrios desde hace mucho tiempo ya cristalizados y aislar a los que manejan el tema.
Pues, en la sociedad moderna, lo que no aparece en los medios de comunicación no existe. Así que esta ha sido la táctica de los “dueños del mundo” para no crear pánico, no alterar equilibrios desde hace mucho tiempo ya cristalizados y aislar a los que manejan el tema, cuya tarea de tratar de concientizar a la sociedad se vuelve un ejercicio casi imposible y frustrante, ya que a lo mejor la mayoría de las personas llega a considerarlos nada más ni nada menos como “locos ambientalistas”
El cambio climático mina el pilar principal sobre el cual está basada la sociedad occidental y que encarna la máxima aspiración y el modelo para gran parte de los habitantes del Planeta – el consumismo – ya que implica cambios radicales en el estilo de vida que pocos están dispuestos a emprender. Implica reimaginar radicalmente sistemas productivos, materiales, uso de fuentes energéticas, reducción de consumos y mucho más. Todas operaciones terroríficas para todos los que económicamente y políticamente mandan en nuestra sociedad.
Guatemala, como tantas partes del mundo, representa todavía un mercado en plena expansión para tantas multinacionales que venden desarrollo insustentable a una población encantada por las fabulas de la televisión y totalmente desprotegida por las leyes. Aquí es el reino del plástico desechable por toneladas y sin remordimientos. Es el paraíso del uso de químicos en los cultivos y en las comidas. Todavía para ellas hay demasiados recursos que seguir explotando: tantos minerales por devastar y contaminar la tierra y tanto suelo por martirizar de monocultivos, en un increíble negocio lucrativo que deja ulteriormente empobrecido el país.
Por esto el cambio climático también nos habla de geopolítica, con el enfrentamiento entre el occidente, principal responsable de este fenómeno, que se niega a pagar los daños causados y desacelerar sus devastadores ritmos y los países más o menos emergentes, que en nombre de la paridad de oportunidades revindican, en un ciego juego, el derecho de seguir las mismas huellas auto-destructoras. Mitigarlo significa redistribuir beneficios y cuidar los recursos planetarios para el bien común.
Es evidente que los seres humanos, que nos declaramos tan civilizados, no hemos todavía llegado a un nivel tal de evolución que nos permita superar individualismos y supuestas barreras, ni para salvaguardar egoisticamente nuestra propia sobrevivencia como raza.
Mientras sigue – entre una novela y un partido de futbol – el trajín cotidiano, cerros y valles, que existen desde millones de años y seguirán existiendo después de nosotros, nos miran silenciosamente.
The silence around the climate disaster
— By Simona Rovelli, Professor of Political Geography and Global Economics at the Rafael Landívar University in Quetzaltenango.
Despite extensive evidence in our daily lives, which doesn’t require scientific understanding to be grasped, these days to talk of climate change is still a balancing act between something of a taboo and crazy. About four decades have passed since talk began of possible devastating consequences to the climate caused by anthropogenic factors. An intergovernmental scientific panel (IPCC) has been formed which has released abundant reports in this regard. More than 20 conferences and summits at a global level–generating conventions, accords, declarations, guidelines, protocols, mechanisms, plans of action, etc., have taken place. All this without achieving any appropriate action, nor even managing to get the ordinary citizen to understand the magnitude of the problem.
This in spite of the fact that, as the Secretary General of the UN Ban Ki Moon declares, “within three decades the world will be a very different place. The appearance that it has will depend on the actions that we carry out now.” If it’s true that the damage is now irreversible but that we can still contain the catastrophe, how is it possible that this isn’t the principal discussion point of every conversation, from a gathering among chiefs of state to the chatter among housewives who meet buying vegetables at the market?
In modern society that which does not appear in the communications media does not exist. This has been the tactic of the “owners of the world” in order not to create panic, not to alter the balance that has been crystalized for a long time, and to isolate those who promote the subject.
Because in modern society that which does not appear in the communications media does not exist. This has been the tactic of the “owners of the world” in order not to create panic, not to alter the balance that has been crystalized for a long time, and to isolate those who promote the subject, whose task of trying to raise awareness in society becomes an impossible and frustrating exercise, so that probably the majority of people come to consider them nothing more or less than “crazy environmentalists”.
Climate change undermines the principal pillar on which Western society is based: consumerism. Consumerism exists as a model for a great part of the inhabitants of the planet and holds their greatest aspirations. Climate change implies radical changes to this lifestyle which few are willing to undertake. It implies radically re-imagining production systems, materials, utilization of energy sources, reduction in consumption and much more. All are terrifying operations for those who economically and politically are in command of our society.
Guatemala, as in so many parts of the world, still represents a market in full expansion for all the many multinationals that “sell unsustainable development” to a population in love with the fables of television and who are completely unprotected by law: here is the kingdom of plastic disposed of by the ton without remorse, of chemical products in the fields and in the food, of oil when the sun shines practically 365 days a year. Still for them there are plenty of resources to continue exploiting: so many minerals for devastating and contaminating the land, so much soil to martyr for monoculture crops in an incredibly lucrative business that ultimately leaves the country impoverished.
So climate change also speaks to us of geopolitics with the confrontation between the West, the principal responsible for this phenomenon who refuses to pay the damages caused and to slow its devastating pace, and the more or less emerging countries, which in the name of equal opportunity claim, in a game of “chicken”, the right to follow in the same self-destructive footsteps. It means redistribution of the profits and care of the global resources for the common good.
It’s evident that we human beings, who declare ourselves so civilized, still have not arrived at a level of evolution which permits us to overcome individualism and perceived barriers, nor even to safeguard egotistically our own survival as a race.
While the daily grind continues–between a novel and a football game–the hills and valleys, which have existed for millions of years and will go on existing after we’re gone, watch us silently.