Derechos sexuales y reproductivos: dialoguemos y transformemos
Por Alejandra Teleguario
A los 8 años, con mamá y papá tuvimos “la charla”, hablamos sobre menstruación, los cambios del cuerpo, la reproducción humana, el amor entre personas del mismo sexo. Me explicaron que podía decir “no” cuando alguien quisiera hacer algo que no me gustara. Tuve la oportunidad de hacerles preguntas, y ambos respondían con mucha sinceridad. Crecí conociendo el mundo con libertad y con la capacidad de tomar mis propias decisiones. Esto lo considero un privilegio, porque no todas las niñas, niños y adolescentes han tenido esa oportunidad, más en un contexto donde las palabras: sexo, pene o vagina no pueden salir de tu boca.
Para muchas personas, la sexualidad es un tabú. Se crece con el miedo y la vergüenza de expresarnos, opinar y cuestionar. Lo cierto es que la sexualidad, siendo un área fundamental de desarrollo humano, está presente en todo momento de nuestra vida; es la forma de ser y habitar el cuerpo expresándose en pensamientos, deseos, creencias, actitudes, valores, prácticas, roles y relaciones.
Esta definición amplia sobre sexualidad se desconoce porque no es algo de lo que se hable en casa o en la escuela. Si hemos tenido algo de suerte, habremos escuchado que un óvulo y un espermatozoide son claves para la reproducción del ser humano. Lo irónico es que como se ha asumido que la sexualidad únicamente se trata de sexo y embarazos, esa escasa información aún nos la dan a medias tintas: se utilizan nombres alternos para no nombrar pene y vagina (pilín, bananito, palomita, cucaracha, y otros). Se explica desde una perspectiva moral y no científica y se tocan los valores cristianos para promover la abstinencia como única alternativa.
¿Por qué nos aterra e incómoda tanto hablar de sexualidad? La realidad es la suma de varios factores presentes en la sociedad. El conservadurismo religioso: porque distintas creencias impiden la búsqueda y exploración de una sexualidad autónoma debido a que se está ignorando el mandato de Dios. El machismo: porque para nosotras las mujeres hablar de sexualidad solo debería estar enfocado a nuestro rol como madres. El adultocentrismo: porque las niñas, niños, adolescentes y jóvenes no podemos hablar de estos temas, somos muy inmaduros para entenderlo.
Entonces, así hay más elementos que replican violencias y desigualdades. Estas son vulneraciones completas a nuestros Derechos Sexuales y Derechos Reproductivos (DSDR), derechos humanos que todas las personas poseemos y que aseguran la posibilidad de tomar decisiones con responsabilidad sobre nuestra vida, cuerpo y relaciones. Los DSDR han existido siempre, pero ahora los reconocemos con un nombre por su importancia y trascendencia. Todas, todos y todes merecemos vivir libres violencia y discriminación. Decidir sobre nuestro propio cuerpo, decidir si quiero tener hijos y en qué momento hacerlo, expresar nuestra orientación sexual e identidad de género. Decidir con quién relacionarnos, acceder a servicios de salud sexual y reproductiva y educación integral en sexualidad, que se respete nuestra privacidad e intimidad.
Esto se encuentra bajo la sombrilla de la dignidad, respeto y empatía. Cada persona merece cumplir su proyecto de vida. Pero en un Estado como Guatemala, donde entre enero y febrero de 2022 se han contabilizado 12,379 nacimientos de madres entre 10 y 19 años, donde aproximadamente 949 personas LGBTIQ+ han denunciado hechos de violencia en su contra y la mayoría de casos quedan sin resolver, donde 9 de cada 10 estudiantes indicó no haber aprendido sobre sexualidad en su establecimiento… Es verdaderamente difícil. Para esto, es necesario organizarnos y exigir el cumplimiento de nuestros derechos sexuales y reproductivos como una forma de reivindicar nuestra existencia, autonomía e identidad.
Alejandra Teleguario es feminista, estudiante de Relaciones Internacionales, investigadora en género y desarrollo local, facilitadora en educación integral en sexualidad y consejera en planificación familiar de adolescentes y jóvenes.
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