De cómo los frijoles se volvieron símbolo de emancipación
Alba Cecilia Mérida Piedrasanta
Posiblemente fue en 1997 cuando llegó a mis manos la Revista Feminista Internacional Lola Press, número 5 en su edición de mayo–octubre 1996, desde entonces la tengo conmigo. En su momento la guardé porque en esos años empezaba a conocer el feminismo y sus artículos me ayudaron mucho a dimensionar los caminos en que me estaba adentrando. En la sección de lectoras leí una carta enviada por Gisela Ritcher, su contenido me gustó y me hizo comprender que cuando se trata de indignarnos ante las imposiciones del patriarcado, hasta el acto más pequeño puede generar un cisma a favor de nuestros derechos y demandas con lo cual se amplían los márgenes para el reconocimiento, la participación y la inclusión, de todas y de todos.
Transcribo a continuación la parte central de la carta porque me ayuda a explicar el motivo de este artículo que escribo a partir de la indignación que provocó el comentario del diputado Esteban Rubén Barrios Galindo del partido político VALOR al llamarnos «cualquier comelón de frijoles» a quienes hemos manifestado nuestro rechazo no solo a las políticas corruptas del gobierno de Alejandro Giammattei, sino al tipo de estado que prevalece en Guatemala.
Cómo un tomate se volvió símbolo de emancipación
La carta aludida es en memoria de Sigrid Ruger una de las principales iniciadoras del movimiento feminista alemán en 1968 y en síntesis su contenido detalla que Sigrid estando embarazada, a mediados de 1968, asistió a la reunión de los delegados/as de la federación de estudiantes socialistas en Frankfurt. El tema central de los oradores, casi exclusivamente del género masculino, eran las divergencias entre las fracciones de los tradicionalistas (cercanos al P. C.), los espontaneístas, los parlamentaristas y otros. En el debate intervino una de las mujeres del grupo de Berlín y declaró que era mucho más pertinente discutir el por qué las mujeres no tenían voz y eran oprimidas en ese congreso de la misma manera que lo eran en todas las esferas de la sociedad. Ni sus problemas, ni sus exigencias eran tenidos en cuenta. El próximo orador siguió con su temática como si nada. Sigrid se enfadó, agarró uno de los tomates que estaba comiendo y se lo lanzó directamente a la cabeza del orador. Era el mejor uso que se lo podía dar (sic) en esas circunstancias. Al poco tiempo las mujeres fundaron sus propias organizaciones.
¿Por qué la referencia a nuestra comida favorita desató la creatividad, la rebeldía y también la alegría?
Traigo a colación lo anterior porque nos ilustra cómo históricamente y desde nuestros espacios de lucha y resistencia hemos debido enfrentarnos a quienes se consideran como los que sí tienen derecho a decidir por nosotras/nosotros, a juzgarnos, a negarnos la palabra, a limitar nuestra capacidad de movilización, de acción y actuación política, y además se arrogan el derecho de usar un lenguaje cargado de desprecio a lo que somos, desvalorizando aquello que nos da identidad o banalizando expresiones populares con el afán de «caer bien», tal como lo ha hecho una y otra vez el presidente Giammattei y así parecer simpático, cuestión que no logra porque para payasos ya tuvimos suficientes. Durante la gira de trabajo que realizó en el departamento de Quetzaltenango, en febrero 2020, Giammattei mostró lo grosero y ofensivo que es al permitirse hacer bromas con referencia a características de las personas o presuponer que les gustan determinadas cosas, tal como lo documentó el periódico virtual Metrópoli Altense.
Sin perder el hilo de lanzar tomates a los que no quieren escucharnos, no solo a las mujeres, sino a todos los sujetos políticos que defendemos nuestros derechos, pareciera que lo que no han alcanzado a comprender los hombres que detentan algunos de los muchos o todos los poderes masculinos, como Giammattei, es que estamos en demanda de estadistas, pero sobre todo de personas con conciencia social para echar a andar el aparato estatal a favor de quienes, quizá ingenuamente, confiaron dándoles su voto en las urnas electorales.
Por su parte, el diputado Esteban Rubén Barrios Galindo, con su lenguaje despectivo a lo que comemos la mayoría de la población, no logra avizorar el nivel de hartazgo al que hemos llegado miles de guatemaltecos y guatemaltecas, gracias al desempeño de personas como él que desperdician cargos y espacios públicos, los cuales en sentido formal han sido diseñados para trabajar por el bien común, claro, esto es solamente una ilusión de un modelo de democracia en franca decadencia, modelo que sirve a los intereses clientelares de los partidos políticos, a sus operadores y financistas y a los funcionarios públicos habituados ya a enriquecerse de manera ilícita, usando los bienes y el dinero público.
A mi criterio, la expresión desdeñosa usada por Barrios Galindo encierra también como se internaliza el discurso colonial que demerita lo que nos es propio y cercano, pero también milenario, como lo afirmó la Dra. Gladys Tzul Tzul al postear en su cuenta de Facebook «Después de maíz, estamos hechos de frijoles (…) El frijol hace parte del sistema milpa. Milenario sistema agrícola en el que se aprovecha la tierra para sembrar varios productos, maíz, chile, etcétera». Sin ánimo de ofender, podemos preguntarle a Barrios Galindo de qué se ha alimentado y si nació en cuna de oro o él también viene de esas regiones frijoleras empobrecidas por el despojo histórico al que han sido sometidos nuestros territorios, pero a diferencia de nosotros, él es un ser sin conciencia y sin memoria, de esta forma él puede sostener la casa del amo.
Además, qué podemos esperar de un diputado que es parte de las filas de un partido político de trayectoria militar/genocida, no en balde la prensa nacional se refiere a él como el «diputado del partido VALOR, de Zury Ríos», este dato nos debe dar pistas de donde proviene su desprecio a lo que ha sido el sustento de los pueblos que fueron masacrados bajo las ordenes de Efraín Ríos Montt. Sí, en este país es fácil encontrar los entresijos de las opresiones.
No alcanzarían todas las publicaciones de gAZeta para citar las vulgaridades expresadas por las diputadas, los diputados, ministros y toda la pléyade de funcionarios públicos que no alcanzan a morderse la lengua antes de ofender a quienes les dan la posibilidad de enriquecerse. Basta recordar la mofa de la exdiputada por Huehuetenango, Mirza Arreaga, en julio 2015, al referirse y carcajearse por cómo usó a niños y niñas para «asustar» a la otrora ministra de Desarrollo Social, Lucy Lainfiesta. Además, es importante relevar el contenido patriarcal que destila el lenguaje de los funcionarios públicos, por ejemplo, la expresión del actual ministro de Finanzas, Álvaro Gonzales Ricci, al afirmar «que pela» cómo se ejecutarían los programas sociales creados para apoyar a las familias durante el confinamiento por la cuarentena por COVID-19. Esta expresión también dio cauce a la indignación ciudadana, porque en sentido estricto a los y las pobres sí nos interesa conocer y recibir lo que por derecho nos pertenece, como son los servicios sociales que ya hemos pagado con nuestros impuestos.
Nombres como el de Mario Taracena, Felipe Alejos Lorenzana, Delia Bac, Álvaro Arzú hijo, son botones de muestra del tipo de personas en cuyas manos está el destino de Guatemala, digo destino porque si no logramos sacarlos del hemiciclo parlamentario, mientras nosotros veremos envejecer nuestras utopías, ellos serán como Dorian Grey, siempre lozanos porque tienen asegurado millonariamente su día a día.
La ceguera política y la falta de cerebro de los diputados y diputadas les hacen reiteradamente actuar de manera impune, nunca aprenden la lección que la ciudadanía les da. La manifestación del sábado 21 de noviembre logró revertir la actuación de los diputados por la forma y los montos aprobados para el presupuesto 2021. Pero incomprensiblemente, el viernes 27 la Junta Directiva se recetó un aumento descomunal en las dietas, además de todas las prebendas de que ya disponen. Es, como afirmó Ana Cofiño en su columna de opinión en elPeriódico (28/11/2020) «Los corruptos están sumidos en la ambición de poder que se nutre de envidia, rencor, cinismo, falta de escrúpulos y violencia. Sin todo ese andamiaje no podrían engañar, robar, asesinar». Así de impunes son las y los diputados que arrojan las alegres elecciones cada cuatro años.
Entonces, es fácil de comprender, nos encontramos ante el desborde de la indignación ciudadana, y al estilo de Sigrid hallamos en una hortaliza, ella en un tomate, nosotros en los frijoles, la energía suficiente para movilizarnos una vez más en todas las plazas del país ante el nefasto gobierno actual para alzar nuestras voces desde la dignidad frijolera.
Sin embargo, aunque es importante y alentador movernos, es urgente salir de la coyuntura y adentrarnos en la estructura, es decir, bajar a las raíces de este modelo económico y político que descansa en el capitalismo, el militarismo, el patriarcado, el racismo y el extractivismo, todo amalgamado como un sistema de opresión, es ahí donde debemos actuar porque ahí radica la fuente de los problemas que como país enfrentamos. Mi pregunta es, ¿cómo podemos acelerar esta necesidad urgente de desbaratar las viejas estructuras? De mantenerse el estado de cosas, como están en el momento actual, con seguridad las próximas manifestaciones serán reprimidas porque el abuso de la fuerza de seguridad y la represión son consustanciales a todos los gobiernos de turno. Giammattei no es la excepción, es la norma. Y esto nos obliga a mantenernos en la defensiva. Necesitamos nuestras energías para pensar y actuar más allá de cada sábado. No podemos volver a cometer los errores de las jornadas del 2015.
¿Por qué nos indignó tanto el que nos llamaran comelones de frijoles? ¿Por qué la referencia a nuestra comida favorita desató la creatividad, la rebeldía y también la alegría? Quiere decir que sí es posible encontrar puntos de inflexión para acrecentar nuestras resistencias. Todas las respuestas viralizadas vía Facebook dan cuenta de cómo en todos los puntos cardinales de este hermoso y vasto territorio hay más cosas que nos unen y no son tantas las que nos separan. En menos de una semana hemos aprendido mucho sobre el sistema milpa, cultura alimenticia, soberanía alimentaria, costumbres y tradiciones para su siembra, cuidado y cosecha y sobre la cosmogonía que guarda a este cultivo ancestral. Hemos visto cómo, desde las planicies del oriente, los campos de occidente, hasta en los balcones de la ciudad, las guías de frijol buscan al sol. Hemos conocido del empeño de mujeres mestizas por adentrarnos en sus historias familiares y encontrarnos con nuestras abuelas y abuelos mayas que cultivaron la tierra y con ello dieron sustento a sus/nuestras familias.
Gracias a un diputado que, si no hubiera tomado el micrófono para defender a los amos a quienes sirve, nunca lo hubiéramos sabido. Gracias a él, hoy conocemos más de nuestra capacidad de indignarnos, de nuestra disposición de defender lo que somos y de vitalizar nuestras ganas de ser insurrectos porque ya no estamos para seguir soportando la mediocridad de unos pocos que bajo el molde del patriarcado nos ven como sus hijos e hijas malcriadas a quienes hay que corregir.
Nos queda, en el futuro inmediato, germinar en potentes enredaderas como matas de frijoles y convertirnos en millones, como ilustró Eduardo Wuqu’aj Saloj, para que juntos conformemos sistemas resistentes que se enraícen en los campos, que crezcan en las comunidades, pero también en los barrios y las periferias de las ciudades, en los institutos públicos, en la universidad del Pueblo, en los movimientos sociales, en las experiencias de comercio justo, en la academia comprometida. Me gusta imaginarnos como estrellas de colores, como los piloyes que alegran los platos de las familias campesinas, de las familias obreras y de todos aquellos que venimos de historias transgresoras, porque somos la cara de las resistencias.
Foto de portada por Alba Cecilia Mérida Piedrasanta
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