«Muchas formas de contar historias»
Adela Esther Tuy Tuy
Yo vengo de una familia con raíces indígenas, en una comunidad pequeña donde abunda cultura, naturaleza y mucho talento. Al menos es lo que se habla de las comunidades y lo que el sistema nos ha hecho creer, que todo es perfecto. Puedo inferir que es un orgullo vivir en el lugar donde vivo, como también un gran reto, porque darse a conocer a la sociedad es un peligro, en muchos casos.
Nací en un lugar donde las mujeres somos calladas, silenciadas, y obligadas a aceptar una ideología que indica que el espacio para explorar el arte no debería existir. Recuerdo que mi padre me regaló el primer cuaderno y un lápiz antes de iniciar la escuela. Yo no entendía el poder que éstos tenían, ni tampoco imaginaba que estos iban a cambiar el panorama de mi vida. En mi búsqueda de respuestas, sobre la construcción de mi identidad, de mi voz y de mi resistencia. A los cambios inminentes de mi vida, encontré en la escritura y el dibujo, una puerta para entender que en mí, está el camino para romper el sistema social que ha creado la misma sociedad con la que convivo.
Cuando mis padres eran niños, en una época antigua para los habitantes de mi comunidad, la poesía, el dibujo, la pintura y otros tipos de artes, eran cosas de artistas, famosos y de personajes con prestigio. Pero en las iglesias había una excepción con los hombres, con los seguidores de Dios, a quienes se les permitía hacer música y pintar. Las mujeres sólo podían observar y a veces admirar.
Toda mi infancia la pasé en una casa pequeña, con mi familia grande de cinco hermanas y dos hermanos. Ante mis ojos fui testigo de los cambios que cada uno tuvo en su niñez y adolescencia, desde que dejaron de jugar y hacer lo que les gustaba, a tener que cumplir con conductas impuestas por mis abuelos y la comunidad en general. La presión de la pobreza hacia la idea de tener que laborar era grande, lo cual hizo que mis hermanos mayores crecieran rápido para convertirse en adultos, sin conocer, explorar y descubrir el mundo que los rodeaba. Todo transcurría así hasta que se dio una revolución en la familia.
Esta revolución ocurrió cuando mi padre nos dio la libertad de escoger lo que queríamos ser, con lo cual me sentí poderosa. Fue increíble poder elegir las cosas que deseábamos y a partir de esa acción, la mayoría de mis hermanos comenzó a adentrarse al mundo de la música. Cuando mi inquietud hacia el mundo crecía, descubrí que podía dibujar, despertando mi interés en este arte. Hice y dibujé cosas de mi infancia, como sueños: yo en avión, yo encima de un dragón, yo ejecutando una guitarra, yo teniendo miedo. Cada uno de mis dibujos iba acompañado de una emoción. Dibujé también una de las cosas que más admiraba: el lago de Atitlán. También dibujé auroras boreales, o imitaba «La noche estrellada» de Van Gogh. Mi pasión por las artes iba creciendo poco a poco.
A la edad de 12 años, ingresé a MAIA, la escuela que me ha dado la oportunidad de encontrar mi voz. Ahí descubrí no sólo la escritura, sino también otras habilidades que poseía. Escribí y escribí, relatos, vivencias sobre mi vida y sobre los temas que me interesan. El escrito que más me ha marcado es un poema dedicado a la poesía misma, es «Mi mundo en poesía», el cual escribo a continuación:
Cuando te lo hablo y te lo escribo, le pones tu esencia. Me dejas absorberte en los crudos inviernos, me dejas fluir la corriente de palabras que entre puestas de sol, noches estrelladas y amaneceres escribo en tí.
Mi cabeza está sobre tu hombro cada tarde,te expreso mis risas,alegrías,trágicas situaciones y aquella historia que narro cada noche. Eres el componente que forma parte de mi tejido.
Mi mundo en poesía… te dejas usar para comprender mi sentir a través de las palabras. Llorarás conmigo,puede que de alegría o de profundo llanto con el más terrible dolor.
En MAIA, conocí a educadoras, compañeras y otras mujeres que tienen hermosos escritos y otros talentos. Me di cuenta que compartimos las mismas experiencias e historias, de mujeres que a pesar de la lucha, seguimos a oscuras y siendo invisibles. Sin embargo, he concluido que esto debe cambiar, y que debo contar mi historia. Todo lo que llegué a hacer, desde el primer dibujo, el primer escrito, cada uno formó parte de lo que soy. No sólo me ayudaron a entender la realidad, sino también entendieron mis cambios, descubrimientos y pasados. Desde el principio hasta el final, hubo, hay y habrá una respuesta en mí: considero el arte como un amigo, un mundo, un arma política y una puerta para dejar salir lo que llevas dentro. Las mujeres deben fortalecer nuestra equidad y empoderamiento, y para ello es necesario más espacios y oportunidades, porque historias poderosas, talentos y voces hay; posiblemente en un papel, en un dibujo, en una pintura, o quizás en una foto, en un poema o en una canción, que necesitan salir a la luz.
El artículo anterior es parte de una serie de artículos que EntreMundos estará publicando como parte de un proceso de formación en artículos de opinión brindada a jóvenes estudiantes del colegio MAIA, impacto Infinito. MAIA es la primera escuela secundaria femenina dirigida por indígenas en Centroamérica que está redefiniendo la educación en Guatemala a través de un modelo de empoderamiento único, integrado por calidad educativa y acompañamiento socio emocional y familiar, impulsando el talento de mujeres adolescentes para crear una generación de lideresas que impacten en su familia, su comunidad, el país y el mundo.
*Las imagenes fueron tomadas de obras de Paula Nicho Cumez, pintora