La contemplación de la naturaleza
Por Juanita Rojas
“Trata de imaginar un país que parece regirse por perfumes, murmullos, tactos y colores” Cortázar.
Las protestas masivas a nivel mundial del pasado noviembre a raíz de la Cumbre del Cambio Climático, nos han recordado la gravedad del daño medioambiental global y las discrepancias frente al tema. A pesar de que los países más contaminantes, EEUU y China, están empezando a asumir los primeros compromisos internacionales, las movilizaciones sociales muestran que una gran parte de la población no los considera suficientes. A nivel local queda la posibilidad de seguir cultivando propuestas de vida dignas con el ser humano y la naturaleza, muy a pesar de que pueda ser que la devastación no cese sino empeore.
[Lee sobre cómo el cambio climático está afectado a Guatemala.]La historia de nuestros pueblos en América Latina es una historia que por más realismo mágico no deja de ser dolorosa. En lo que al clima respecta, hoy vivimos las injusticias del clima siendo una de las regiones menos contaminantes pero de las más afectadas por los efectos del cambio climático. Y hay que tener en cuenta que el deterioro medioambiental sucede paralelamente al del tejido social que lejos de acercarnos a la plenitud de vida, nos aleja.
El cerro colibrí es el altar Maya Mam más importante. Recuperado hace algunos años como cerro sagrado por la comunidad de Comitancillo, San Marcos, después de una larga historia de represión a la espiritualidad maya venida de la guerra, el altar confirma el ímpetu de una población que se resiste a perder su cultura y al contrario la dignifica. Hace unos días visité este lugar con un grupo de jóvenes que llegaron a graduarse de un diplomado de arte. La graduación no ocurría en un salón de grados y en cambio era un convivio lleno de historias de la comunidad en su lugar sagrado.
Mientras practicábamos saludos tradicionales como parte del reconocimiento al cerro y al grupo, sentía que una sensualidad y gozo compartidos ascendía. Este saludo, ya muy desaparecido, incluye mirara al otro y darle un beso, el cerro incluido.
La contemplación de la naturaleza ha sido parte fundamental en la vida de los pueblos originarios. Contemplar no significa perder el tiempo sino contactar con la esencia del universo y con la de cada una de sus manifestaciones: el vuelo de las aves, la danza del fuego o del agua, el calor de una piedra…sentir el universo con la mente, el corazón y el espíritu. La contemplación supone una forma de relación con la naturaleza distinta a la que hemos ido estableciendo en las ciudades. Por eso la besamos, le pedimos permiso y agradecemos su existencia. Dicen los abuelos que cuando sentimos la naturaleza somos más respetuosos, y entonces estamos más abiertos a establecer relaciones de equilibrio y complementariedad. Considero que la visión con la que cada ser decide caminar sus días cuenta mucho. Quizá no podemos impedir que el mundo se derrumbe, pero al menos habremos intentado tocar el país que describe Cortázar y nos llevaremos esa bella experiencia.