Una luz al final del túnel, lejos, pero esperanzadora.
Jhony Otzoy
La realidad nacional sobre la educación y los Pueblos Indígenas en Guatemala no es nada satisfactoria. Según la UNESCO, citada por la Universidad Da Vinci, universidad privada de Guatemala, en un artículo publicado en abril del 2019, bajo el título “Educación Superior en Guatemala”, se afirma que únicamente el 2.6% de la población (comprendida entre los 18 a 26 años de edad) iniciaron sus estudios universitarios. En otro dato del periódico Prensa Libre de septiembre de 2019, se menciona que los guatemaltecos con un nivel de licenciatura alcanzan el 4.56 por ciento, pero la cantidad se reduce a 0.48 por ciento cuando se trata de una maestría o doctorado. Son porcentajes impactantes.
Cuando las cifras se enfocan en la población Indígena, la Dirección General de Investigación de la Universidad de San Carlos de Guatemala, manifiesta que únicamente el 12% de su estudiantado pertenece a un Pueblo Indígena (según un informe realizado en 2015). En otro informe más reciente realizado en el 2019, se afirma que 15.8% pertenece al Pueblo Maya, 0.31% al Pueblo Xinca, 0.27% es del Pueblo Garífuna, un 0.64% otros y un 83% es ladino. Según el último censo nacional realizado en 2019, el 43.8% de la población guatemalteca es Indígena, por lo que es evidente que casi la mitad de la población sufre de gran exclusión.
La educación es un derecho humano, y no un privilegio, en donde todo ser humano por el hecho de serlo, debería tener acceso a ella. A medida que los humanos crecen, necesitan formación que los prepare para los desafíos que le plantea la vida, en todos los ámbitos, siendo social, profesional, familiar, personal, entre otros más. La educación es un instrumento de vital importancia para alcanzar un mejor nivel de vida.
Sin embargo, en Guatemala la realidad no es así, vivimos en una sociedad excluyente, privilegiada, en donde los prejuicios raciales prevalecen sobre la esencia intrínseca de cada persona. Los Indígenas han sufrido y siguen sufriendo el trato más desigual en toda la historia de Guatemala. En épocas de la colonia se le consideraba como un “animal sin alma”, que vivía en paupérrimas condiciones de forma voluntaria, por ser una persona haragana, inclinada al vicio, al placer mundano. Se les consideraba sin raciocinio. Esto no es así visto desde varios puntos de vista; tenemos las mismas capacidades de razonamiento cuando tenemos acceso a formación, preparación y oportunidades.
La desigualdad, los prejuicios, la exclusión y discriminación toman fuerza hacia una persona Indígena. Dicha desigualdad es aún más latente hacia la mujer. En Guatemala impera la discriminación, por raza, color, estado físico, religión, etnia, posición económica, posición ideológica y sexo. Ser mujer en Guatemala es difícil, y ser mujer indígena es aún más. Las mujeres Indígenas son discriminadas por su traje, por su idioma, por sus rasgos físicos, por no llenar “ciertos estereotipos de belleza”.
Aun en tiempos contemporáneos, la discriminación hacia las personas Indígenas es explicita, tomo un ejemplo en donde ciertos diputados del Congreso de Guatemala, insultaron abiertamente a una gobernadora del país, llamándole “india estúpida”, por el simple hecho de no estar conforme con sus aseveraciones. Estamos hablando de los más altos funcionarios a nivel nacional, de quienes se esperaría una formación profesional excelente, con un nivel de humanismo y liderazgo alto; son funcionarios de las más altas posiciones políticas, quienes deberían ser educados y profesionales.
El sistema jurídico avanza cada día más, otorgando derechos históricamente negados a los Pueblos Indígenas, a las mujeres, a los discapacitados y a otras poblaciones vulnerables, plasmando la discriminación como delito. Dicha discriminación se ha atenuado de forma explícita, mas no real. Actualmente no hay prohibición expresa hacia los Indígenas para competir en cualquier campo. Eso es un gran avance, porque en tiempos coloniales la prohibición era expresa.
En estos momentos, una de las mayores dificultades es que quienes poseen menos recursos económicos, carecen de oportunidades. Las poblaciones que viven en los pueblos Indígenas tienen limitantes para ser remunerados por su trabajo. En mi pueblo, San Juan Comalapa departamento de Chimaltenango, un jornalero gana Q.50.00 al día, trabajando entre las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde, sin goce de almuerzo, de transporte, sin prestaciones laborales o de previsión social. Un albañil, que requiere conocimientos más técnicos gana Q.75.00 diarios. Una mujer que realiza trabajos domésticos gana entre Q.40 a Q.50 al día. Además, hay que resaltar que no obtienen trabajo todos los días.
La canasta básica vital para una familia tiene un costo de Q.3615.00 comprendiendo únicamente lo básico, tal como alimentos, vestuario, medicina y educación pública, no privada. La canasta básica ampliada que comprende recreación o educación superior cuesta Q.8346.80. El salario mínimo para este año es de Q.2825.10, es decir que no es ni lo mínimo para la canasta básica vital, mucho menos para obtener educación universitaria.
De esta manera, la educación universitaria es un privilegio en Guatemala, a la que pocos “con suerte” tienen acceso. La Universidad de San Carlos de Guatemala es la única universidad estatal, y al año se paga únicamente Q.101.00 en concepto de matrícula. Fue fundada el 31 de enero de 1676. Fue gestionada por primera vez al rey de España en 1545, por el obispo Francisco Marroquín. Es la única oportunidad de estudios superiores para la población de escasos recursos.
Los universitarios Indígenas “privilegiados” que asisten a la universidad, deben salir de sus comunidades para poder estudiar. Esto conlleva migrar hacia la ciudad industrializada, donde se concentra casi todas las instituciones, empresas, empleos u oportunidades, pagando alquiler de una habitación si bien les va, viajando diariamente de sus comunidades hacia el campus universitario. Todo esto conlleva un gasto económico que no es fácil de obtener.
Existen algunas oportunidades que ciertas instituciones no gubernamentales o gubernamentales, nacionales o extranjeras que brindan a los estudiantes que desean superación, por medio del otorgamiento de becas. Una ayuda invaluable, que cambia vidas, mejora la calidad de vida de familias, de comunidades, Yo soy uno de los afortunados de dicho privilegio, y puedo dar testimonio de ello. Estas oportunidades son invaluables, aunque no dejan de ser limitadas, sólo unos pocos tienen acceso a ellas.
En un país donde las oportunidades son escasas, excluyentes y discriminatorias, debemos empoderarnos de espacios que nos permitan progresar personal, profesional y comunitariamente. Cuando recibimos una mano amiga que brinda una posibilidad de mejora, es como recibir un vaso de agua en medio del desierto, donde impera la sequía, el hambre, la desnutrición, la ignorancia, la pobreza, y vemos una luz al final del túnel. Ahí, es cuando debemos aprovechar la oportunidad. En palabras de Edmund Burke, un escritor y filósofo inglés “lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada”.
Jhony Estuardo Otzoy Sajbochol nació en San Juan Comalapa, departamento de Chimaltenango, ciudad de Guatemala. Durante sus primeros años, creció con sus abuelos, pero luego vivió con su madre y padrastro. Actualmente cursa el cuarto año de la licenciatura, abogacía y notariado (leyes), en la Universidad de San Carlos de Guatemala, universidad estatal. Es becado por la organización “Progresa Quakers”. En el futuro quiere prestar sus servicios gratuitos como profesional a ancianos, niños huérfanos y poblaciones vulnerables.
Foto de portada: Soy Usac