Niñez…¿futuro de nuestro país?
Instituto Mesoamericano de Permacultura
“La niñez es nuestro futuro”, es uno de los argumentos básicos que sustentan muchos de los discursos y esfuerzos en favor del fortalecimiento del sistema de protección infantil. Por muy esperanzadora que resulte la frase, ésta, por un lado, retrata cómo el mundo adulto se ha apropiado del destino de la niñez, y por otro, nos recuerda una característica de nuestros pueblos: dejar todo para después.
Al afirmar que serán niños y niñas quienes asuman las riendas de la sociedad imponemos a las nuevas generaciones la carga de mantener vigente una estructura social fallida, impuesta y diseñada para que pequeñas élites disfruten los productos de la explotación humana, animal y ambiental. Tal imposición se traduce en métodos de crianza, campañas publicitarias y planes de estudio enfocados en el adoctrinamiento de la niñez para someterles desde edad temprana a la cultura consumista y destructiva que actualmente predomina y anularles la capacidad de construir un mundo nuevo.
La total asimilación de la ideología dominante (que a su vez condiciona patrones de comportamiento) puede ser observada en los hábitos alimenticios de gran parte de niños y niñas. Es común encontrar que comidas y bebidas industriales con altos contenidos de azúcar, colorantes y saborizantes artificiales sean parte de la dieta diaria de la niñez, a pesar de la existencia de mucha información referente a los impactos negativos de estos productos en la salud e incluso, de normativas que fomentan el consumo de alimentos saludables, como la ley de alimentación escolar.
El fácil acceso y la preferencia hacia estos alimentos industriales por parte de la población infantil es el reflejo de nuestro sistema alimentario. La continua reducción en el número de población dedicada a la producción agropecuaria, la pérdida de saberes locales y ancestrales sobre producción y preparación de alimentos, el aumento en la dependencia hacia industrias de alimentos y el auge de la agricultura convencional enfocada en monocultivos de exportación, son tan solo algunos indicios del estado de la nutrición y la soberanía alimentaria en la región.
Al hablar de las condiciones nutricionales de la niñez podemos mencionar diferentes indicadores, y ciertamente algunos de estos mejoran con el paso del tiempo. Sin embargo, y más específicamente en Guatemala, es alarmante darse cuenta que no ha habido mejora alguna en los índices de desnutrición crónica infantil y que cualquier supuesto avance en éstos no ha implicado un cambio significativo en el día a día de gran parte de la niñez.
Claro está que no podemos usar únicamente los indicadores para conocer el estado de la nutrición de la población infantil, ya que éstos fueron creados con el propósito de cuantificar porciones específicas de ciertas realidades y no el espectro completo. Existen otras consideraciones cualitativas que resulta importante tomar en cuenta para formar una interpretación más amplia de la situación alimentaria de niños y niñas.
Será tarea de cada comunidad conocer las variables que continúan ocultas para los datos estadísticos disponibles y que aun así influyen en la alimentación infantil. Tal misión requerirá negarnos al adultocentrismo que justifica la exclusión de la perspectiva de la niñez en la vida política y cotidiana de nuestras sociedades y que a su vez legitima despojarles de su derecho a la autodeterminación.
Como IMAP, ya hemos mencionado en artículos previos que una de las mayores fuentes de conocimiento de la Permacultura, es la Naturaleza. En ella todos los elementos tienen un lugar, un valor y una función en el sistema; es decir, la Naturaleza no obliga a ninguna de sus partes a estar, actuar o ser de una forma distinta a la que le compete. Ciertamente la sociedad no funciona de esta forma. Nos hemos encargado de invisibilizar el valor de la niñez en nuestro presente; amordazamos sus bocas para no escuchar la perspectiva infantil, encadenamos sus mentes para que funcionen a conveniencia del mundo adulto y obligamos a sus cuerpos a contener toda la energía y vitalidad propia de dicha etapa para que las personas con más edad podamos seguirles el ritmo.
En este contexto se vuelve necesario dejar de silenciar las voces infantiles que expresan sus necesidades e indican las soluciones, y hacer el esfuerzo por comprender estas ideas que resultan demasiado complejas para nuestras mentes domesticadas. Esto sin duda contribuirá a devolverle a la infancia su importancia en el presente y no únicamente como proyecto futuro.
Afirmar que “la niñez es nuestro futuro” resulta totalmente desalentador viniendo de una sociedad en la que a la mayoría de población le es imposible invertir en algo más que el día a día ya que sus necesidades básicas no están garantizadas. Para estas mayorías el pensar sólo en el presente se vuelve un mecanismo de sobrevivencia ante los ataques permanentes de lo urgente. Sin embargo, la visión a corto plazo de las pequeñas élites únicamente refleja su ambición por expandir sus privilegios sin importar el precio.
La evolución histórica de problemáticas sociales y ambientales, las múltiples crisis actuales y las proyecciones del rumbo del planeta y nuestras sociedades dan fe de cómo el mundo adulto ha tratado al futuro. Según lo anterior, “la niñez es nuestro futuro” realmente significa que la mejora de la situación en la que viven niños y niñas, al no ser importante en el presente (que pareciera ser lo único que existe), es algo que se puede “dejar para después”.
Resulta ilusorio pensar que es posible integrar una visión a largo plazo en nuestras sociedades mientras existan personas que no tengan agua, comida y vivienda aseguradas. Por tanto, antes de poder preocuparnos por el futuro tenemos que reconocer la urgencia de que diferentes sectores de la población, incluido el infantil, trabajemos conjuntamente para garantizar que todas y todos tengamos cubiertas las necesidades básicas.
La construcción de sistemas alimentarios sostenibles que garanticen la nutrición adecuada de la niñez y de la población en general conlleva sustituir los patrones actuales de producción y consumo de alimentos por nuevos hábitos que respondan a las necesidades y características de cada comunidad y no a los caprichos de la gran industria alimenticia. Como sabemos, es más fácil crear nuevos hábitos que modificar los ya establecido; ello pone a la niñez en una situación ventajosa. Aprovechemos esta ventaja y dejemos que niños y niñas nos ayuden a transformar el presente.