Mala Sangre: Migración y la industria de la carne
Por Patricia Schwartz y Sean McNulty, Columnistas de EntreMundos
Antes de que amanezca en Quetzaltenango, el trabajo ya ha empezado en el matadero en las afueras de la ciudad. Las vacas – transportadas en camión desde la costa – mugen en sus corrales. Los zopilotes vigilan desde el techo. En Iowa, Mercedes Gómez también se levanta antes de que salga el sol, para anotarse en la planta más grande de procesamiento de carne kosher en los Estados Unidos, donde trabaja rellenando tripas de salchichas por seis dólares la hora.
¿Por qué trabaja Mercedes – una guatemalteca – en una planta de procesamiento de carne a miles de millas de su casa? Los factores que la llevaron a emigrar, el trabajo que encontró en Iowa y los motivos por los que volvió Guatemala tienen raíces en un esquema comercial neoliberal, que prioriza el libre movimiento de carne por encima de los derechos y el sustento de quienes la procesan.
El comercio entre Guatemala y los Estados Unidos está codificado a través de un pacto de comercio internacional – el Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y República Dominicana (TLC-CRD). Guatemala es un importador neto de carne y muchos otros alimentos básicos bajo la política del TLC-CRD, a pesar del hecho de que más de un tercio de su fuerza laboral trabaja en el sector agrícola.
El Congreso de la República de Guatemala aprobó el TCL-CRD en solo tan sólo dos días en el 2005, bajo la fuerte presión de los Estados Unidos y sin mayor apoyo de los guatemaltecos. El acuerdo abrió la puerta a que los intereses corporativos internacionales inundaran los mercados centroamericanos con productos importados. Además, el acuerdo globalizó el proceso de la producción, convirtiendo la comida de alimento localizado a una mercancía de comercio internacional.
Cuando las reglas del juego económico son establecidas por acuerdos comerciales desarrollados por los Estados Unidos, los sistemas alimentarios tradicionales en países como Guatemala sufren. Los trabajadores agrícolas a pequeña escala se ven obligados a competir con las granjas industriales estadounidenses subvencionadas por el gobierno. Con su gran cuota de mercado, facilidad de acceso, y bajos aranceles, las granjas estadounidenses pueden exportar productos alimenticios a Guatemala a precios hasta 30-40% por debajo del valor justo del mercado. Los agricultores y ganaderos guatemaltecos se ven obligados a producir solamente productos de exportación. Esto los vuelve vulnerables a los cambios en el mercado, alejados del sustento y la producción de alimentos nativos, y, por si fuera poco, a menudo pierden sus tierras.
Además, la producción mundial de carne es un grave impulsor del cambio climático. Cada libra de carne de res producida introduce alrededor de 60 libras de dióxido de carbono en la atmósfera. En Guatemala, que paradójicamente es un importador neto de carne de res, la deforestación para la ganadería ha devastado regiones como el Petén, literalmente quemando una de las partes más biodiversas y ecológicamente delicadas del país e introduciendo millones de libras de dióxido de carbono mediante la tala de árboles e incendios para la industria agrícola.
Las ganancias económicas a corto plazo de la reinvención agrícola en el Petén no han tenido un “efecto de goteo.” Ciertamente, han aumentado la presión económica de 3 de cada 4 guatemaltecos quienes viven debajo del nivel de pobreza. La transformación del bosque tropical en fincas de ganado consolida más aún la tierra en las manos de la élite guatemalteca, que empeora la tenencia de la tierra en un país donde menos del cinco por ciento de la población posee cerca del ochenta por ciento de la tierra cultivable. También consolida la riqueza en las manos de narcotraficantes, -muchos de ellos lavan dinero de drogas a través de operaciones masivas de ganadería- reforzando con ello la impunidad, corrupción, y un espectro de violencia derivada de drogas en el sistema guatemalteco de producción.
El cambio climático, la concentración de la tierra, y los acuerdos comerciales neoliberales como el TLC-CRD, constituyen graves amenazas para los trabajadores agrícolas. Dentro de un clima de oportunidad económica (es decir, de falta de oportunidad) como el de Guatemala, esto a menudo hace que la “migración en búsqueda de trabajo” sea la única opción para mucha gente. En su tierra natal, Sacatepéquez, Mercedes apenas podía ganar lo suficiente para sobrevivir.
“Soy madre soltera,” dijo ella. “Tengo tres hijos y tengo que cuidar a mis padres… La vida es dura. Uno lucha y lucha y no se puede. Es por eso que presté dinero para ir a los Estados.” Allá, ella terminó trabajando en una fábrica de Iowa en una ciudad llamada Postville. Postville era el hogar de la fábrica Agriprocessors, la fábrica más grande del procesamiento de la carne kosher en los Estados Unidos. Mercedes trabajaba allí embutiendo salchichas para poder enviar remesas a casa y ahorrar para una vida mejor.
Ese era su plan, al menos. En la mañana del 12 de mayo, 2008, el Control de Inmigración y Aduana (ICE por sus siglas en inglés), eligió como objetivo Agriprocessors para la redada de inmigración más grande en la historia de los Estados Unidos. Más de 400 trabajadores, la mayoría de ellos guatemaltecos, fueron arrestados en una drástica demostración de fuerza.
Se llevaron a cabo apresurados procedimientos legales para Mercedes y sus compañeros de trabajo en el Congreso Nacional de Ganado de Iowa – los mismos corrales donde se califica al mejor ganado del estado anualmente en la feria del condado. Sin representación adecuada, servicios de interpretación, o debidos procesos, se vieron y juzgaron hasta diez personas a la vez.
Muchos trabajadores de Agriprocessors, incluyendo a Mercedes, pasaron después cinco meses en centros criminales de detención después de la redada de Postville. Cumplieron condenas por el cargo de robo grave de identidad por usar falsos números de seguridad social – una dudosa táctica legal usada por mucho tiempo por los fiscales de inmigración para coaccionar a trabajadores sin documentos a declararse culpables de cargos menores. Esta forma de coacción fue rechazada por la Corte Suprema en el año posterior a Postville.
Postville no es un incidente aislado. En 2006, ICE arrestó y deportó a más de mil trabajadores en seis plantas de procesamiento de carne, propiedad de Swift & Company. El año siguiente, ICE detuvo a docenas de trabajadores en una planta en Smithfield, North Carolina. Estas redadas a gran escala ejemplifican cómo la ley de inmigración explota a los trabajadores de naciones en desarrollo por criminalizar su participación en el mismo sistema que desmanteló los sistemas laborales y alimentarios establecidos desde hace mucho tiempo en sus propios países de origen.
Aunque el gobierno de Obama se alejó de las redadas a gran escala en los lugares de trabajo, que eran comunes bajo el gobierno de Bush, se incrementó al 300% el presupuesto de la aplicación de las leyes sobre la inmigración. Además, Obama supervisó la deportación de más personas que cualquier otro presidente. Donald Trump, que se espera que desmantele o renegocie los pactos de libre comercio como el TLC-CRD, hasta ahora no llegado muy lejos con su promesa de deportar a 11 millones de inmigrantes indocumentados, comenzando con dos millones en sus primeros cien días.
Este tipo de acciones drásticas de la aplicación de la ley solo crea una imagen de una agencia que rechaza la inmigración. Lo que no hacen estas acciones es: 1) abordar los factores subyacentes que conducen a los inmigrantes a los Estados Unidos o 2) disuadirlos de venir. Los migrantes guatemaltecos que trabajaban en la cadena de producción esa mañana de mayo eran en efecto partes invisibles del proceso de la producción y la comercialización. La redada los hizo repentinamente visibles: seres humanos usados como soportes en una actividad que vale varios millones de dólares.
Algunas demostraciones ostentosas (como las redadas y deportaciones) tampoco abordan un hecho básico: que las plantas de procesamiento como Postville colocan la carne en los estantes de los supermercados a través de mano de obra barata y vulnerable, de la cual los consumidores están totalmente alienados.
En total, Guatemala importa mucha más carne de la que exporta o produce internamente, y la manera en la que esta carne alcanza a las mesas se ha convertido en un proceso industrial cubierto. Las líneas de montaje de máquinas motivadas por cuotas en los Estados Unidos sistemáticamente convierten animales en productos procesados, envasados, enviados y vendidos a miles de millas al sur. Esto ha desligado a muchos guatemaltecos de la producción localizada de carne – una tradición donde el ganado es criado localmente, matado por los ganaderos que los criaron, y vendido como carne fresca en un mercado local.
Los supermercados son un sector de rápido crecimiento en Guatemala. Walmart de México y Centroamérica posee la mayoría de las cadenas principales. Son un importante impulsor de la directa inversión extranjera en Guatemala, que ha aumentado 45% desde de la implementación del TLC-CRD. Mucha de esa carne se importa de las plantas de procesamiento donde emigrantes como Mercedes la empacaban.
Hoy en día, la planta de Postville continúa operando. Ahora es propiedad de Agristar, otro carnicero kosher y miembro de la Federación de Exportación de Carne de los Estados Unidos. Trabajadores somalíes y birmanos trabajan en la planta, embutiendo las mismas tripas de salchichas que Mercedes solía hacer.
En su colonia en los alrededores de la Ciudad de Guatemala, Mercedes ha regresado a una vida más o menos como la que tenía antes, aunque su hijo y sus hermanos permanecen en los Estados Unidos. Ella ahora tiene una pequeña tienda donde vende ropa y bocadillos de maíz para sobrevivir. Muchos de los productos en su tiendecita se compran al por mayor de la Despensa Familiar, una corporación propiedad de Walmart de México y Centroamérica.
“Trabajaba mucho para poder ganar un poco más de dinero de lo que puedo ganar aquí,” dice ella. “Aquí no hay dinero, y si no ganas, no comes.”