Icefi: Partiendo el pastel de la desigualdad
Por Juan José Urbina, Economista sénior, Icefi (Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales)
Un pastel de diez niveles, que simboliza la riqueza de la nación, y cada nivel entre más alto más chico, nos recordaba que la distribución es inequitativa. En su conjunto, conformaba una metáfora utilizada más de una vez para explicar el fenómeno de la desigualdad en los ingresos. Alegoría que se materializó durante el evento de la iniciativa colectiva «Paraíso Desigual». Y a continuación les comparto mi experiencia con la dinámica/refrigerio/reflexión.
Una vez terminadas las conferencias y el conversatorio, se invitó a los asistentes a buscar en un sobre entregado al inicio de la actividad, un papel de color que asignaba a las personas su lugar en la escala de ingresos y permitía reconocer a las personas en similar situación económica. Los diez pasteles representaban el nivel de ingresos que tienen las personas en Guatemala, si las distribuyéramos en grupos de diez. Como buen despistado que soy, no supe qué hice mi sobre -sí es que alguna vez tuve el susodicho sobre-, así que sin pena ni gloria me disponía a partir, sin poder disfrutar del golpe de azúcar.
Sin embargo, no sé si para aparentar movilidad social o simplemente porque las personas de la mesa donde colocaron el pastel no querían ensuciarse las manos (llámense Maroon 5 entrada Diamante), fui invitado a la mesa y terminé siendo quien repartiría el pastel. Cuatro tortas de tamaño considerable se encontraban apiladas una sobre otra, para a lo sumo 8 personas (2 éramos colados).
Comencé a repartir el pastel en porciones proporcionales a la abundancia. Mientras unos tomaron su obscena porción sin protesta, hubo un par de cautos que pidieron la mitad (dado el privilegio de tener la opción). Terminada la primera torta, quedaron las migajas y a falta de espacio en la mesa se dispuso a pasar los restos a la mesa de los que representaban al grupo que tenían menos ingresos -cualquier parecido no es pura coincidencia-.
De otra mesa, ante su carencia, llegaron a pedir pastel y obtuvieron su tajada. Eso sí, previa negociación de que ese iba a ser el único aporte y nada más – ¿les suena a algún tipo de impuesto? Mientras tanto, uno de los coordinadores del evento llegó y se llevó una torta completa, como mi tarea era la de repartir y no la de fiscalizar, no supe si terminó distribuida o escondida en un vertedero fiscal -paraíso fiscal para los que son visitantes asiduos-.
Al final ya nadie quería pastel y aún quedaba torta y media, y un pedazo con una mordida del que nadie se hizo responsable. Sobró, a pesar de la advertencia de los organizadores de que no iba a alcanzar. Milagro en parte atribuido a que otras responsabilidades o limitaciones obligaron a muchos a partir (llámense para efectos metafóricos “inmigrantes”).
Mientras que una onceava torta de chocolate que desbordada ostentosidad, representaba a los multimillonarios que ni siquiera se reflejan en las encuestas. Según me enteré, porque dicho fenómeno escapa a nuestra percepción, fue disfrutada por una sola persona, a pesar de que era inhumanamente posible que pudiera acabar con toda esa riqueza ella sola.
¿Con qué me quedo de toda esa azúcar, metáfora y reflexión sobre un pastel repartido tan desigualmente? Aparte de la subida de glucosa, me quedo con la convicción de que debemos buscar las formas de revertir los mecanismos que generan la desigualdad del ingreso, así como el resto de expresiones de la desigualdad que limitan el desarrollo humano. Que no hay otro camino más que plantearnos una agenda para lograrlo, la cual incluya a convencidos, pero que también vaya dirigida a generar conciencia en los no convencidos. A pesar del cliché, sigue siendo una cuestión que no es de tamaño de pasteles, sino cómo se reparten.