Desarrollo Económico en Guatemala ¿A qué costo?
Por Anna Luisa Schönwald y Fabio Cresto Aleína
En los últimos 25 años, el Producto Interno Bruto (PIB) de Guatemala ha aumentado en gran medida y ahora se sitúa en 85, 300 millones de dólares con una tasa de crecimiento anual del 2,95%. Con ese número, se encuentra en el puesto número 3 de las listas de clasificación internacional y su economía ahora cuenta como la más grande de Centroamérica. No es la primera vez que EntreMundos hace un reporte sobre el tema de desigualdad y todavía somos testigos de que el país está acribillado y plagado por una distribución injusta de la riqueza que fue incluso exacerbada por el reciente crecimiento económico. El Índice de Gini cuantifica esta sensación y el valor de 48,3% ubica a Guatemala entre los 20 países más desiguales.
La medida del PIB, el índice de Gini y otros indicadores en general pueden y deberían ser criticados por ser herramientas inventadas por el Mundo del Norte, empujadas al Sur del Mundo apuntando al llamado “subdesarrollo” con cada año de reportes. Todo esto, nunca representa en realidad las condiciones de vida, ni las desigualdades en un país. Debido a la falta de herramientas cuantitativas que describan la totalidad de un país y las dificultades de comparaciones cualitativas, seguiremos usando estos indicadores de aquí en adelante.
De acuerdo a su teoría de 1963, el economista Simon Kuznets explicó que hay una correlación entre la desigualdad de ingresos y el crecimiento económico a largo plazo. Declaró que la desigualdad aumenta durante la fase de la industrialización y disminuye una vez que el país ha completado su proceso. El mismo modelo fue asociado con la correlación entre el PIB y la contaminación del agua y aire local por Gene M. Grossman y Alan B. Krueger en 1991, y lo llamaron la Curva ambiental de Kuznets. Llegaron a la conclusión de que la contaminación aumentaría durante un cierto tiempo y luego disminuirá a medida que el crecimiento económico se estabilizara o disminuyera. Desde este concepto, deducimos que se supone que debemos esperar un cierto desarrollo económico para que los daños ecológicos disminuyan automáticamente. Hay pocos argumentos que los partidarios usan para apoyar esta narrativa:
- A la población le empezará a importar los temas ambientales solo después de alcanzar cierto nivel de vida.
- Las industrias en los respectivos países solo pueden permitirse tecnologías más limpias después de alcanzar este punto de inflexión.
- La proporción del sector de los servicios aumenta a expensas de la industria manufacturera y conducirá automáticamente a una reducción de los daños tras el punto de inflexión.
Aunque los mismos autores reconocieron que las teorías tienen deficiencias, este mensaje se repitió como un mantra por muchos años, e incluso se usó para respaldar las decisiones de los políticos responsables. El diagrama icónico respaldaba supuestamente la historia con datos, pero analizando la situación de Guatemala y en el mundo en general, argumentamos que el modelo de “crece ahora, limpia después” simplemente no funciona. Es la gente la que demanda la protección del medio ambiente y no la paralización del crecimiento económico que lo provoca. Un incremento en los ingresos no alentará a las compañías a cambiarse a soluciones más limpias, y un incremento en la industria de servicios solo exportará el daño causado por la fabricación a otro país. Sabemos ahora que la degradación ecológica no es una preocupación de lujo para los países que se dejan al margen hasta que la población sea lo suficientemente rica para ponerle atención.
En nombre del crecimiento económico, se han infligido daños enormes a los ecosistemas guatemaltecos, algunos de ellos probablemente irreparables. Desde el 2001, Guatemala ha perdido alrededor de 1.58 millones de hectáreas de tierra con cobertura forestal, una superficie igual al 21% de la cobertura forestal total en el 2001. La deforestación es causada principalmente por la conversión de bosques en tierras de cultivos y pastizales para ganado. Uno podría argumentar que la agricultura es un aspecto muy importante del desarrollo. Sin embargo, el aumento de la deforestación se debe principalmente a las fuertes inversiones en las plantaciones de aceite de palma y caucho y en la ganadería de Guatemala, actividades que están haciendo que los agricultores de subsistencia se adentren más en las zonas boscosas. Sería fácil culpar a los pequeños productores ahora, ya que están explotando el ambiente natural para poder sostener a sus familias, cuando en realidad, ellos están entre las víctimas de un círculo vicioso. Conforme la deforestación y degradación forestal aumenta, las comunidades que dependen de los bienes naturales y servicios del bosque deben buscar medios de vida alternos, como la crianza de ganado, que degrada aún más el paisaje. Así que de nuevo, la verdadera razón de estas prácticas es la carencia de posibilidades y la gran desigualdad en el país.
Otro círculo vicioso conectado a la destrucción de ecosistemas y el crecimiento económico es el que está relacionado a la degradación de los bosques manglares y los arrecifes de coral. Los manglares y corales constituyen ecosistemas clave para la protección de las zonas costeras, ya que funcionan como barreras contra inundaciones, marejadas ciclónicas, erosión costera e incluso amenazas relacionadas al cambio climático, como el aumento del nivel del mar. La vida de millones de personas depende de la salud y servicios de estos ecosistemas, y sin embargo están gravemente amenazados por la tala (de manglares), sobrepesca (corales), y sobre explotación general de recursos por el bien del crecimiento económico. La contaminación del agua a causa de los vertidos no regulados e incontrolados de aguas residuales procedentes de la industria y la agricultura está dañando gravemente estos ecosistemas clave a lo largo de la costa del Pacífico y del Atlántico de Guatemala, con daños que también podrían ser irreparables.
La protección de los ecosistemas y biodiversidad guatemalteca se apoya a menudo en al Sistema Guatemalteco de Áreas Protegidas (SIGAP), el cual, a pesar de la falta de fondos y personal suficiente, apoya la conservación de ecosistemas en el país entero. Claro, no es un sistema perfecto pero es esencial proteger estos preciados recursos que ningún indicador económico como el PIB toma en cuenta, pero han sido y serán de vital importancia para los medios de vida y desarrollo de millones de personas en Guatemala. Al mismo tiempo, otros modelos de conservación de ecosistemas y desarrollo sostenible aparecieron en Guatemala durante los últimos años. Uno de los más exitosos son las concesiones forestales en Petén. En el marco de la “forestería comunitaria”, las comunidades locales que viven a los bordes del área protegida de la Biosfera Maya ha sido involucradas en la conservación del mismo bosque, llevando a un éxito sin precedentes en la lucha contra la tala ilegal e incendios forestales.
Esto enfatiza que rendirse o esperar los resultados deseados no es una opción. Como se describe en este artículo, es necesario formar coaliciones para aumentar la capacidad de recuperación de las comunidades. Hay un sinfín de iniciativas locales y regionales para empoderar el desarrollo ecológico y sostenible en Guatemala a diferentes niveles. A veces con la ayuda de las ONGs (cómo el proyecto Costas Inteligentes, liderada por WWF), y a veces empezando a nivel municipal o comunal, como los intentos de prohibición de plástico en San Pedro La Laguna (Sololá), u otras actividades locales con respecto a la reducción de la contaminación del agua y la protección de ecosistemas.
Es cierto que para que se produzcan cambios globales todavía tenemos que esperar a que las economías se conviertan en regenerativas por diseño, restaurando y renovando los ciclos de vida de lo local a lo global de los que depende la humanidad. Pero hasta este punto, necesitamos alejarnos de las medidas históricas de desarrollo basadas en índices como el PIB, y en vez de esos fijarnos en indicadores más holísticos. Tomar en cuenta la naturaleza, los ecosistemas, y sus interdependencias globales con la población de Guatemala es fundamental para un desarrollo sostenible real. Asimismo, es esencial alejarse de la narrativa de “los países pobres son demasiado pobres para ser verdes” y empezar a actuar ahora dentro del respectivo rango de posibilidades y poder.