Pacifistas en teatro de guerra, 1983, otoño.
Foto de portada: Misa por los líderes asesinados del Frente Democrático Revolucionario FDR en la Catedral Metropolitana de San Salvador, Diciembre de 1980. Foto del libro El Salvador, publicado por Writers and Readers Publishing Cooperative, 1983.
Por Mario R. Loarca Pineda
Por algunos años el autor formó parte del Programa de Educación para la Paz y los DDHH que impulsaba el American Friends Service Committe (AFSC), organización de origen cuáquero con sede en Filadelfia (EEUU), que contaba con oficinas regionales en México, Costa Rica, Colombia y otros países. Fue el único miembro centroamericano del “ETG”.
“Al levantarse el avión y ver a Teherán desde el aire, y después el desierto, me pareció que todo esto había sido como un sueño; y que en un exótico país que antes se llamó Persia y fue soñado por Rubén Darío, yo había soñado el triunfo de la revolución de Nicaragua.”
Ernesto Cardenal, La Revolución perdida, Memorias.
Volé de México DF a San Salvador en un DC 10 de TWA procedente de Los Ángeles. Estaba ansioso, como aquel que se apresta a cumplir una misión secreta rodeada de peligros. Atribulado, intentaba distraerme mirando por la ventanilla el azul celaje de una tarde de noviembre. Ante un pasajero curioso pretexté que viajaba con propósito de atender ciertos asuntos de familia. Llegué antes de las 6 pm y poco después aterrizó una nave de TACA procedente de Miami, que llevaba al grupo de los gringos, el llamado Ecumenical Task Group (ETG) encabezado Phil, nuestro conductor experto e inspirador incansable.
Nos encontramos en la sección de aduana y después de saludarnos me dirigí a la salida donde me esperaba un gran amigo de aquel tiempo: Alberto Idiákez, a la sazón “maestrillo” en la célebre UCA-JS Cañas. En el trayecto del aeropuerto a la capital, cerca de 40 km., Idiákez me contaba detalles del horrendo crimen cometido contra unas monjas norteamericanas, de las reacciones subsecuentes y las presiones del embajador USA para esclarecer el caso. Además, sin abundar en el tema, me reveló que la ofensiva final del FMLN en contra del régimen estaba prevista para la primera quincena de enero del venturoso año por venir, 1981.
Nos comportamos tal como si de nosotros, un par de modestos colaboradores cristianos de la revolución, dependiese una importante tarea estratégica. Íbamos a bordo de una combi VW, esperando encontrar algún “retén” o control militar, escuchando el canto de los grillos a lo largo de la carretera, formulando en la mente las respuestas “lógicas” ante un posible interrogatorio.
Nada extraordinario ocurrió y, como parte del ETG, me hospedé en la American Guest House, muy cerca de la calle Arce y del concurrido templo del Sagrado Corazón, en pleno centro; un lugar apropiado para aventureros, reporteros y mochileros. Phil, el conductor del grupo lo había escogido por discreto y barato, “para pasar desapercibidos, así creerán que sólo somos unos jipis”.
La gira tenía particular significación para mí, porque a lo largo de dos años me había involucrado en actividades humanitarias y propagandísticas que beneficiaban al FMLN. Me “orientaban” un par de “enlaces”, individuos con pseudónimo que ya me tenían “bien sofocado” con el discurso mesiánico de la revolución.
La misión del ETG consistía en palpar el ambiente que se vivía en El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá y Puerto Rico; sopesar y visualizar los efectos de la política norteamericana en la región.
¿Se fraguaba una intervención militar de USA contra Nicaragua, para expulsar del poder al Frente Sandinista?
¿Toleraría Washington la existencia de un segundo “gobierno revolucionario” en Centroamérica, ahora en El Salvador?
Era el comienzo de la era Reagan y se hablaba con insistencia de una inminente operación militar desde las bases militares ubicadas en Panamá y Puerto Rico. Los miembros del ETG éramos -casi todos- crédulos e idealistas, pertenecientes a una especie en extinción conocida en aquel tiempo como “cristianos solidarios”; estábamos persuadidos de que aún era posible influir en la opinión pública norteamericana y en buena parte del Congreso mediante un arduo trabajo de educación política y acción humanitaria.
Phil, el conductor del grupo era -sin duda-, un tipo meticuloso y experimentado en la praxis política; tenía ancestros irlandés y mexicano, había fungido como clérigo católico en Chile durante la época de Eduardo Frei y Salvador Allende, hablaba el español con soltura y conocía a profundidad el entarimado de cada país ístmico. Habitaba en Filadelfia y, desde la ventana de su estudio, se podía divisar la estatua de William Penn en el horizonte.
El grupo había sido conformado de acuerdo a criterios de diversidad cultural: un par de activistas afroamericanos, una simpática anglicana oriunda de Guinea Bissau, un par de cuáqueros “liberales” miembros de la directiva del ETG, un metodista-astuto recaudador de fondos, una pacifista de origen japonés, un periodista gay-affirmative action y una rubiecita medio histérica –de ancestro italiano- que trabajaba en Miami con hispanos y apenas si entendía español. La representación latina corrió a cargo de un luterano chileno exiliado en Boston y un estudiante centroamericano.
Era evidente que se buscaba el propósito de sensibilizarnos frente a la complejidad social y esperaban del ETG un compromiso posterior más decidido, en apoyo a movimientos revolucionarios de marcada inspiración cristiana-no violenta, que habrían sido presionados a tomar las armas por fuerza de las condiciones de opresión, injusticia social, violencia indiscriminada y persecución política.
Todo se resumía en una frase acorde al contexto de los años 80: la lucha por la paz y la justicia en América Central. Aunque, a Phil nuestro conductor, más le gustara hablar de: “the roots of the regional crisis in CA”.
Pasaríamos 6 días en San Salvador y sus alrededores. Nos desplazamos guardando ciertas medidas de seguridad, siempre conducidos por Phil, el único que conocía de antemano la agenda diaria de visitas y entrevistas. Cambiando de un cómodo microbús Mitsubishi a destartalados taxis Dodge o Plymouth llegamos al pequeño campus de la UCA, al señorial edificio del Arzobispado convertido en campamento de refugiados, al rebelde pueblo de Aguilares sitiado por la Fuerza Armada y al borde del río Lempa, lugar donde empezaba un área de fuerte presencia guerrillera o “zona liberada”.
El tour salvadoreño incluyó una visita formal a la embajada norteamericana, jornada en que preferí separarme del ETG para encontrarme de nuevo con Idiákez; en auto subimos a los planes de Renderos y comimos algo, convidados por unas monjitas de La Asunción. Pasamos el resto de la tarde en la UCA, donde conocí a un guatemalteco de origen judío: Heinemann, infatigable director del Centro Universitario de Documentación y hombre fiel a la línea política y teológica de Iñaki Ellacuría, Segundo Montes y Martín Baró; profesores jesuitas que caerían asesinados por un comando militar, durante la “gran ofensiva” que el FMLN lanzó años después, en noviembre de 1989.
Acabamos el encuentro degustando helados de coco y arrayán en el Pops del boulevard de Los Héroes -nombre que “honra” a militares salvadoreños que lucharon en la guerra contra Honduras-, contemplando la imagen imponente del volcán San Salvador.
El último día de la visita -que era lunes-, Phil nos condujo sigilosamente al Externado de San José, prestigioso colegio de jesuitas donde habían sido formados los hijos de ciertas familias pudientes, también algunos dirigentes del Partido Demócrata Cristiano y de la insurgencia. Ingresamos al colegio por una puerta trasera que daba al boulevard de Los Héroes. Me sorprendí al percatarme que nos citaban en el Externado, a plena luz del día. Recuerdo que alguien, uno de los “contactos” que conocía a Phil, nos acomodó en un salón discreto, separado del conjunto de aulas y oficinas del colegio.
Nos sentamos en pupitres y al cabo de diez minutos ingresó en fila la representación política de la revolución, el grupo del que saldría la futura junta de gobierno y una parte del gabinete. Los personajes más destacados eran el ex ministro de agricultura Enrique Álvarez Córdoba, de acaudalada familia santaneca y el líder campesino Juan Chacón del Bloque Popular.
Pese a lo apremiante de la circunstancia, no disimularon su optimismo y hablaron del creciente deterioro moral en la Fuerza Armada, de acuerdos ya avanzados en función de configurar un futuro gobierno revolucionario que asumiría en enero, tras el triunfo de la ofensiva final. “Ya conocemos los nombres de algunos ministros, aunque todavía no se los podamos revelar”.
De entrada, el lenguaje triunfalista y mesiánico que emplearon mostraba claras resonancias al acontecer nicaragüense de julio de 1979 (la toma del poder por el Frente Sandinista) y también al desmoronamiento del poderoso ejército del Sha de Irán, en febrero de ése mismo año.
Exultantes abandonamos el recinto jesuítico, convencidos de haber tenido el privilegio de entrevistarnos con miembros del futuro gobierno cristiano, popular y revolucionario.
Por la noche, dos miembros del ETG acompañamos a Phil a casa de la familia Simán Zablah, empresarios de origen palestino-libanés. La cena era abundante y exquisita, una mesa larga ambientada con inciensos y candiles, el patriarca del clan presidiendo y la estatuilla de cierto beato libanés en una esquina. Fue en ése instante cuando me asaltó la sensación de que algo grave estaba ocurriendo porque vino un prolongado corte de luz y al regresar al hotel, en el carrito Subaru del chele Zablah, nos topamos con varios puestos de control militar por distintas calles y avenidas. Todo estaba a obscuras en la capital, batallones en estado de alerta, como si aguardaran una ofensiva de aviones enemigos, aquello parecía Saigón en plena guerra.
Al día siguiente, martes, nos levantamos muy temprano para alistarnos e ir al aeropuerto Cuscatlán; a las 7 abordamos un 737 de COPA que nos condujo a Managua. En el avión me senté al lado de un jesuita navarro bien recordado: Juan Ramón Moreno, que años más tarde sería cruelmente asesinado en la UCA JS Cañas. Él venía de Guatemala e iba a Managua, donde se desempeñaba como director del Centro Ignaciano de Espiritualidad. Charlamos un rato durante los 35 minutos de vuelo y al aterrizar en Managua le hizo gracia que varios miembros del ETG aplaudieran con euforia al momento de tocar suelo en la “tierra prometida” de América Latina.
Phil había reservado un hotel situado frente al Aeropuerto A. C. Sandino. Era Las Mercedes, un conjunto de cabañas de madera para dos o tres personas en cada habitación. Antes de la victoria sandinista, había sido un típico motel para extranjeros. Ahora pertenecía al gobierno popular y era habitual dirigirse a los mozos y a las meseras llamándolos “compañero (a)”. En Managua se respiraba una atmósfera de alegría y espontaneidad.
Poco después de instalarnos nos reunimos en el restaurante para tomar el desayuno, aún no habían dado las 9am y un periodista de Baltimore que iba en el grupo compró un ejemplar de Barricada, el periódico sandinista. Lo abrió y leyó el titular de primera plana exclamando ¡oh my god, jesuschrist! ¡this is horrible!
¿Qué cosa tan execrable habrá ocurrido? Pues nada: la dirigencia revolucionaria salvadoreña había sido capturada, torturada y asesinada por un comando militar horas después de la entrevista que sostuvieron con nosotros en el Externado. Aquel sueño de triunfo se había convertido en tenebrosa pesadilla y el estupor se apoderó de todos. Días después, cariacontecidos, los miembros del ETG continuábamos la gira visitando Costa Rica, Panamá y Puerto Rico.
Por mucho tiempo hubo algo que me impidió hablar de aquel viaje. Cuando tomé conciencia de su enorme significación fue una tarde de julio de 1992 mientras platicaba con un teólogo salvadoreño, rondando en los pasillos de Karmel Juyú, acogedora casa de retiro que mira al lago de Atitlán. Entonces los recuerdos afloraron con intensidad, como un torbellino que hubiera cruzado por encima del lago. Seis meses antes, los Acuerdos de Chapultepec habían puesto fin a la guerra civil salvadoreña.
MARIO R. LOARCA PINEDA: guatemalteco, escritor. Es autor de varios artículos y ensayos, en 2006 fue publicado su libro Pecado nefando, en México DF. Tiene formación en Psicología Social y Estudios Latinoamericanos.