La lucha para salvar a un pueblo: Los Náhuat Pipiles de El Salvador
Por: Alejandro Ramiro Chan
Los Náhuat Pipiles, en el occidente y los Lencas y Cacaopera ubicados al oriente del país. Ellos, son los últimos 3 Pueblos Indígenas sobreviviente en El Salvador: Los primeros están ubicados en los departamentos de Ahuachapán, Santa Ana, Sonsonate, La Libertad, San Salvador, Cuscatlán, La Paz y Chalatenango, San Vicente; los Lencas en los departamentos de Usulután, San Miguel, Morazán y La Unión y los Cacaopera en el departamento de Morazán. Han sido más de 500 años no sólo de resistencia sino de lucha por su reconocimiento, ya que tan sólo recientemente, el Estado de El Salvador, a través de la reforma del artículo 63 de la Constitución Política los reconoció en el año 2014, expresando lo siguiente: “Se reconoce a los Pueblos Indígenas y adoptará políticas a fines de mantener y desarrollar su identidad étnica y cultural, cosmovisión, valores y espiritualidad.
Se trataba de una acción positiva, pero tardía. Para el 2008, el Atlas de la UNESCO de las lenguas del mundo en peligro, daba la alerta que el idioma Náhuat Pipil se encontraba en situación crítica, registrando a 200 hablantes. Mientras, el idioma Lenca y Cacaopera están ya declarados como extintos. El problema de la pérdida de idiomas para estos pueblos, es sólo uno de tantos que deben afrontar bajo su situación de pobreza; se calcula que el 38.3% de la población Indígena se encuentra en extrema pobreza y el 61.1% en el umbral de la pobreza. Tan sólo el 0.6% puede cubrir sus condiciones básicas de vida sin mayor complicación. Ante estas problemáticas, cabe preguntarse… ¿cómo llegaron los Pueblos Indígenas del Salvador a tales condiciones?
Un legado de sublevaciones y resistencias
Cuzcatan o Cuscatlán, era la capital del pueblo Náhuat Pipil, que después de la brutal conquista y colonización española, se asentó, en lo que es ahora, la capital de la república de El Salvador. Cuscatlán reapareció en 1985, debido al proyecto «En la búsqueda de Cuscatlán: un proyecto etnohistórico y arqueológico dirigido por Paul Amaroli, que evidenció -no solo la existencia de dicha ciudad- porque al encontrar las estructuras de viviendas propias de la época, se demostró la importancia que tenía para varios Pueblos Indígenas, a tal punto que el proyecto, consideró al hallazgo como la capital Indígena.
No sólo los Náhuat Pipiles se encontraban en este territorio. Otros pueblos, según el informe del Arzobispo Pedro Cortés y Larraz escrito en 1772, se encontraban también en El Salvador entre los que se mencionan, “los Lencas, Chilanga, Matagalpa, Chortí y Pocomán. Para esa época, de 132,092 habitantes, 79,692 eran Indígenas, quienes representaban el 60.30% de la población. Para 1807, la población Indígena llegaba a 71,175, representando el 43.07% del total de la población que en ese año era de 165,278”.
A lo largo del siglo XX y durante los años ya transcurridos del siglo XXI, la población Indígena llegó a ser una minoría, llegando únicamente al 10% del total de la población. ¿Cuáles fueron las causas de este decremento? Dos factores influyeron principalmente. Primero, fueron las enfermedades y la guerra que trajeron los españoles invasores, provocando con ello la muerte de millares de Indígenas en tiempos de la colonia. Así mismo, la eliminación física y cultural de toda población que se resistía frente al despojo de tierras comunales, además del sistema de propiedad propio de los Pueblos Indígenas que se implementó en periodos históricos concretos, contribuyeron a la desaparición.
Pero… ¿por qué se eliminó a los Pueblos Indígenas, a diferencia de lo que ocurrió en otros países? ¿Qué intereses estaban en juego? Hay dos periodos históricos, que son claves para abordar estas dos preguntas. Primero, de 1821 a 1833, la naciente república, definió su política económica a partir de la ampliación de la producción de añil y la experimentación con el café, iniciativa que demandó más tierras, que efectivamente el Estado consiguió a consecuencia del despojo a los Pueblos Indígenas de sus tierras comunales. Esto provocó que en 1833, desde el territorio Indígena Nonualco, Anastasio Aquino (Indígena Náhuat Pipil) dirigiera una sublevación en contra de aquellas políticas de Estado, la cual fue brutalmente reprimida. Para evitar sublevaciones futuras y amenazar las políticas económicas que se estaban implementado, en 1881, por mandato legal, las tierras comunales fueron abolidas. Las razones pueden ser encontradas en la siguiente cita:
“La existencia de terrenos de propiedad de las comunidades impide el desarrollo agrícola, obstruye la circulación de la riqueza y debilita los vínculos familiares y la independencia del individuo. Su existencia es contraria a los principios económicos y sociales que la República ha aceptado”.
El segundo periodo, comprende del año 1881 a 1930, periodo en que el café, exigió más tierras para expandir su producción, pues en 1930, aún en la crisis mundial, representaba el 90% del total de exportaciones de El Salvador. En este periodo, según el antropólogo estadounidense Mac Chapin, los Pueblos Indígenas aún contaban con el 25% de tierras comunales, las cuales fueron blanco de ataque. Precisamente, en 1932 en los territorios Indígenas de Juayua, Nahuizalco, Izalco y Tacuba, se sublevaron con picos, palas y machetes para negarse a entregar sus tierras.
Ante esta sublevación, Maximiliano Hernández Martínez presidente de El Salvador de ese entonces, decretó frenar la movilización y la sublevación, ordenando asesinar a cualquiera que portaba machete y a todos los Indígenas que portaban su indumentaria, o que hablaran su idioma. Se estima que fueron asesinadas treinta mil personas, lo que lo convierte en el mayor etnocidio registrado en la historia contemporánea de El Salvador.
A través de estas formas, los Pueblos Indígenas de El Salvador, fueron despojados brutalmente, (si no fue de toda) al menos de la mayor parte de sus tierras y fueron desarticulados social y culturalmente de su identidad. Quienes se resistieron, fueron asesinados, masacrados y desaparecidos. Quienes sobrevivieron, se quedaron únicamente con su fuerza de trabajo. Estas atrocidades, hicieron de los Pueblos Indígenas una minoría (incluyendo a los Náhuat Pipiles), que hoy en día se deja notar con presenciar a sus descendientes, quienes son quizás la última generación de hablantes de su idioma. Las políticas de terror y de violencia de Estado, que caracterizaron ese período histórico, aún están presentes en la psicología individual y colectiva de los pueblos que fueron víctimas de estas políticas perversas.
Realizando un viaje a los territorios de este Pueblo, pude hablar con varios líderes y lideresas, a quienes les pregunté ¿por qué se está perdiendo su idioma? La mayoría de ellos, se quedaban en suspenso; no por desconocer la respuesta, sino porque se transportaban a aquellas épocas en la que sus padres les relataban las masacres, asesinatos, desapariciones y represión en contra de su pueblo, en contra de toda persona Indígena. Ellos parecen recordar aquellos momentos en que sus madres y padres los escondían de todo aquel que no era de la comunidad y que no era Indígena, para no delatar su identidad y así preservar sus vidas. Las secuelas del terror e incertidumbre, están allí presentes, y parece que ellos se pierden por un momento en ellas.
El panorama y la vida actual de los Pueblos Indígenas
Contextualizar la situación actual de los Pueblos Indígenas de El Salvador, es difícil, porque enfrentan un conjunto de problemas, que hace difícil analizar y describir todas las vicisitudes que enfrentan. Quizás, entre todo ello, el abandono por el Estado y su situación de precariedad, son dos grandes factores que logran contextualizar más fácilmente su situación actual. Basta con visitar los municipios de Santo Domingo de Guzmán, Nahuizalco, San Antonio (todos en el departamento de Sonsonate) para saber que la vida es dura; se debe viajar en camión durante unos 30 o 45 minutos, en un transporte con mínimas condiciones de seguridad y no apto para servir como transporte público, pero que es muy común para el traslado de personas de un municipio a otro.
Mientras mi recorrido avanza en el camión, poco a poco dejo atrás la bulla, el tráfico, y las características propias de la ciudad de El Salvador se pierden en otra realidad. Al alejarme, aparece otra cara salvadoreña: el campo, la gente campesina, y poco a poco, los rostros Indígenas. A medida que me adentro más en el occidente del país, más vislumbro el majestuoso volcán Izalco. A lo largo del viaje, puedo observar una considerable cantidad de tierras para la producción de caña de azúcar. Lo único que se interpone en su expansión, es el volcán, las montañas y el mar.
De Sonsonate a Santo Domingo de Guzmán, observo que la tierra ya no es tan fértil, y que sobresalen cercados que, en su interior, resguardan ganados; no en gran cantidad, pero en una gran extensión de tierras cuidadas celosamente por sus dueños…terratenientes locales o nacionales, quizá. En una de las vueltas del camino, antes de llegar a Santo Domingo, justo en una colina donde pasa el recorrido de un río, un canal construido aprovecha el caudal del río, donde se encuentran varias mujeres, hombres y niños lavando ropa. Todos están a la intemperie, lo que me hace suponer que varias familias aún no tienen acceso a agua potable; o como suele suceder con las comunas que se establecen en territorios de Pueblos Indígenas, los sistemas para proveer este líquido fallan con frecuencia.
A lo largo de la carretera, también veo viviendas, dispersas unas de otras, que fueron construidas de manera improvisada y ubicadas en lugares, que representan riesgo para las familias que viven en ellas. No es casualidad que esta característica de precariedad sea predominante, aquí se encuentra la cuna del Pueblo Náhuat Pipil –como dos ancianos me dijeron orgullosamente, en Domingo de Guzmán. Puedo constatar el producto de la historia sistemática y brutal del despojo de tierras, que dejaron a este pueblo a merced de su esfuerzo físico, el cual utilizan trabajando en fincas de café, de caña de azúcar y de algodón, para sembrar y levantar las cosechas, ciclo tras ciclo.
Llegando al pequeño parque de Santo Domingo de Guzmán, en el cual se ubica la iglesia católica, encuentro a “Nantzin”, (que en Náuatl, significa señora) Anastasia López López, quien tiene unos 55 años aproximadamente y llega caminando con la ayuda de su bastón, porque, según dijo “me acaban de operar del pie derecho, me cuesta salir y… tengo mucho miedo. Aquí en el Salvador, los choferes no respetan, a veces nos pasan atropellando y lo dejan tirado a uno como a un perro. Entonces mejor no salgo”. Ella teme que la operación no cicatrice, tiene diabetes y está en un estado avanzado. Nos acomodamos en una de las tres banquetas del parque. A pesar de su enfermedad, Nantzin Anastasia, habla con mucha presencia, con una voz fuerte y motivadora. Ella muestra su inconformidad con el gobierno y con cierto enojo me dice:
“…Yo quiero aprovechar y decirle al gobierno que no nos abandone… Que se ponga las pilas. Yo me acuerdo, en su campaña dijo que a los Pueblos Indígenas les iba a dejar una pensión de 450 dólares (se ríe, porque no se ha cumplido) …Y le digo al señor presidente también, que nos apoye a los Pueblos Indígenas. Aquí está la cuna Náhuat”.
Natzin Anastasia, me cuenta que hay muchos enfermos en el municipio. ¿Las razones? Sobresalen dos elementos importantes; primero, que en el municipio no existen los medios necesarios para contar con una alimentación adecuada. No sólo carecen de tierras fértiles, sino que no se cuenta con el apoyo necesario para conseguir créditos agrícolas para propiciar la siembra de alimentos. Además, debido a la pobreza, no se puede acceder a una alimentación adecuada, situación que empeora cuando alguien se enferma porque no se puede seguir la dieta y comprar los medicamentos. Ella lo cuenta en sus propias palabras.
“Aquí, está la unidad de salud, pero no es como un hospital. Queremos un hospital aquí en Santo Domingo de Guzmán…aquí tenemos que enfermarnos de cinco de la mañana a tres y media de la tarde, porque hasta las cinco ya no hay nada. A veces en el hospital no hay medicina. Yo estoy enferma del pie, y compro toda mi medicina… ¡Quién no padece de la diabetes, del corazón, cansancio, de los huesos! Aquí hay demasiados enfermos”.
Nantzin Anastasia, se enoja con la realidad en que la se encuentra. Para ella no cambia en nada si el gobierno es de izquierda o de derecha, porque ambos han abandonado al pueblo. La ausencia de Estado, es una característica común en la mayoría de Estado-nación, en cuyos territorios, se encuentran Pueblos Indígenas. Sin embargo, en la mayoría de casos, los Pueblos Indígenas generan y articulan modos de producir su idioma, su cultura, su espiritualidad, su cosmovisión y lograr obtener autonomía frente al Estado. Esto debido a la existencia del sistema de tierras comunales, que les permite articular su modo de vida.
En el caso de El Salvador, sucede algo diferente. Los Pueblos Indígenas, fueron despojados de sus tierras comunales y de sus territorios, luego perseguidos, reprimidos hasta exiliarse en identidades que no son Indígenas; que actualmente -principalmente con los jóvenes- provocó una identidad formada por la conciencia mágica. El resultado, es que en la actualidad viven en la pobreza extrema. Al no tener opciones y oportunidades de empleo, son víctimas de explotación por las fincas de café, de caña de azúcar y algodón que se han instaurado a lo largo de la geografía del país. Además, la mayoría no tienen lugares adecuados y dignos para vivir.
“Aquí somos abandonados…presidentes vienen, presidentes van, pero nosotros estamos abandonados… ¿Que piensa este presidente, que aquí no comemos? Yo veo todas las injusticias”.
Por si fuera poco, el racismo y la discriminación, son dispositivos que fueron implementados a punta de fusil por parte del Estado en varios periodos históricos y que además tuvieron una larga duración, lo cual se interiorizó en la subjetividad de los Pueblos Indígenas, lo que ha provocado, discriminación y negación entre la misma población. La población en general, y la juventud en particular, no quieren hablar el Náhuat Pipil y no quieren identificarse como Indígenas. Lo ven como algo del pasado y no del presente.
José Carlos Paiz Pérez, Nicolás Sánchez y Ana Cecilia García, líderes y lideresa de Nahuizalco, dedican la mayor parte de sus domingos a reunirse con sus compañeros, quienes forman parte del Movimiento de Unificación Indígena de Nahuizalco –MUINA- Ellos impulsan una serie de actividades, principalmente con jóvenes, abordando temas como la historia y la importancia de la cultura del pueblo Náhuat Pipil. Precisamente, al llegar a la sede de MUINA, lugar acordado para desarrollar algunas entrevistas, encontré a alrededor de 15 jóvenes a punto de almorzar, luego de haber realizado un taller.
MUINA se ubica en un espacio que fácilmente se pierde entre un vecindario con mucha gente. En el interior, se observan apartamentos que reflejan condiciones precarias para vivir; se observa también una pila, un baño y un patio grande que todos deben compartir. Cuentan con un salón con paredes adornadas con fotografías de actividades y eventos que han llevado a cabo con ancianos y jóvenes durante la conmemoración de los líderes ejecutados en la masacre de 1932. Sobre una mesa de plástico, se encuentra una antigua radio grabadora, donde escuchan música autóctona. En otra mesa, hay platos y vasos que los jóvenes y organizadores del taller utilizan para almorzar. La oficina principal funciona como bodega, en donde guardan -entre otros materiales- instrumentos musicales nativos para enseñarle a los jóvenes a tocar música ancestral antigua.
Nicolás Sánchez de MUINA, de unos 65 años, se muestra atento a mis preguntas, y con los dedos entrecruzados, responde a mi interrogante sobre el interés que tienen los jóvenes con el idioma Náhuat Pipil:
“Digamos que hay situaciones en donde primero a nivel familiar hay que contraponerse, porque la corriente del sistema a los jóvenes los va sacando de su arraigo cultural, y ven el tema de la cultura como algo del pasado, algo que ya no tiene que ver con el presente, que la vida va en evolución. Primeramente, uno debe luchar a nivel familiar en hacer conciencia a los hijos e hijas que venimos de una cultura, de un pueblo, de una identidad, que necesitamos mantener viva. Lo otro es el racismo social, porque al identificarse como Indígena, la sociedad que no asume no ser Indígena o que no le interesa ser Indígena, lo ven a uno con menosprecio, con discriminación. Estamos en una situación de dificultades, que es fruto del mismo sistema. El sistema nos acorrala, nos estrangula, nos discrimina…”
La falta de interés en la organización desde las comunidades y municipios es otro problema. Nicolás Sánchez, anciano líder de Santo Domingo de Guzmán, y hablante Náhuat Pipil, contempla las motocicletas que van pasado, los pasos de las personas que van y vienen, tomando su tiempo para contestar y exponiendo con cierta tristeza.
“…otra cosa que nos ha afectado es que nosotros no estamos organizados, tenemos que organizarnos para poder hablar, o salir para ser escuchado. Hay problemas entre nosotros, entre Náhuat Pipil hablantes, somos los más viejos y viejas, y hay un problema, que somos analfabetos. Porque si no podemos leer ni escribir, es como si fuéramos mudos. Pero, para salir, no tenemos dinero, ¿y si vamos y no conocemos? ¿y si vamos y no se nos escucha? Aquí estamos a pura voluntad de Dios. Pero así ha venido, no existe organización, no existen grupo organizados. Para mi ese es un vacío grande”.
Viviendo en estas condiciones, y a pesar de reconocer la falta de organización, hay quienes se muestran con mucha esperanza de rescatar y revitalizar su idioma, su cultura, su cosmovisión. Hay quienes muestran su voluntad de vivir y compartir su cultura, de dar a conocer su cultura tanto a lo interno como a lo externo de sus municipios, lo cual deja entrever un frente de resistencia y –a pesar de todo- una ola de reivindicación que se va fortaleciendo poco a poco, como una ola del pueblo Náhuat Pipil.
Los entramados de las resistencias
Ante un panorama desalentador, los esfuerzos por preservar la identidad y el idioma Náhuat Pipil y el rescate y práctica de la cosmovisión de este pueblo siguen casi sin ser percibidos como una lucha. La celebración del año nuevo Náhuat Pipil en el mes de marzo, aún se practica en un lugar sagrado en Santa Ana, y el rescate de la música autóctona está cobrando auge; los cuales son en conjunto quizá, las expresiones más grandes de ello. “La identidad y el idioma, viene en la sangre” mencionaron algunos entrevistados. Es genética y eso hace posible una conexión con los antepasados y los jóvenes y las futuras generaciones. Nicolás Sánchez de MUINA, confirma este panorama esperanzador:
“En los jóvenes que participan en las actividades de MUINA, hay bastante percepción en lo que tratamos de transmitir a ellos. Los veo interesados. Logramos conectarnos con ellos porque al hablar de la historia, de la identidad, hay una conexión con nuestros antepasados, hay una conexión espiritual y genética, entre jóvenes y personas adultas con relación a nuestros antepasados. Entonces, al seguir estos procesos, van a lograr tomar conciencia de su identidad, van a lograr a tener un nivel de convencimiento de decir soy Indígena, mis padres fueron Indígenas; tenemos lugar para no dejar morir nuestra cultura nuestra identidad. Yo tengo expectativa en esos jóvenes”.
También existen iniciativas de organizaciones en la implementación de talleres y espacios de formación en historia, en la cultura y saberes propios de la cosmovisión del Pueblo Indígena de El Salvador, aunque no ha sido nada fácil, como lo muestra la experiencia de la señorita Ana Cecilia García, quien es la única mujer joven que se encontraba en el taller e integrante de MUINA. Ella relata que, desde temprana edad, junto a su abuela, se ha involucrado en las organizaciones Indígenas, aunque eso le ha implicado discriminación o rechazo de su familia, de sus compañeros y de su comunidad. A menudo le preguntan, con desprecio ¿por qué te juntas con ellos? (refiriéndose a sus compañeros de MUINA, quienes son mucho mayores que ella)- Incluso le han negado participar en la iglesia evangélica, porque piensan que ella participa en actos de brujería. Suspirando y con cierta tristeza, Ana menciona que eso no le ha impedido trabajar para las causas de la revitalización de la cultura del pueblo Náhuat Pipil. Con orgullo menciona que ha logrado conformar la organización de jóvenes porque considera que “es de suma importancia que ellos conozcan la situación en la cual se encuentran los Pueblos Indígenas y la importancia de fortalecer la organización y participación”. Cecilia enfatiza con entusiasmo y esperanza, que “de los jóvenes depende que la cultura no se pierda, pero antes es necesaria la sensibilización”.
Nantzin Anastasia López, también menciona haber sufrido de discriminación, y se queja de la falta de apoyo. Sin embargo, a pesar de sus problemas de salud, aún ha encontrado la fuerza y la motivación de enseñar el idioma Náhuat Pipil a los niños, de inspirarse para componer canciones en este idioma e incluso, grabar un disco. Ella sueña con que se pueda crear una escuela donde niños, jóvenes, adultos puedan ir y aprender este idioma. Con mucha presencia y orgullo, dice: “mientras siga viva, yo estoy dispuesta a enseñar a hablar y a cantar en Náhuat”.
Recientemente, se fundó en El Salvador el Centro de Estudios Indígenas Calmecac (que significa casa de la sabiduría en idioma Náhuat Pipil), espacio donde se quiere profundizar la espiritualidad Indígena. Además, se está impulsado el rescate de la música autóctona con los jóvenes de una forma constante. Estas iniciativas, se van entretejiendo en el espacio y el tiempo, y se convierten en acciones concretas de resistencia que evitan que el idioma y la identidad de este pueblo no desaparezcan.
Lo que queda por hacer
Existen varios desafíos a los que el Pueblo Náhuat Pipil se debe enfrentar. Primero, surge la inquietud sobre cómo asegurar la salud y mejorar las condiciones de vida de los ancianos y ancianas de los distintos Pueblos Indígenas de El Salvador, (quienes son la fuente principal de conocimiento, de saberes y de su idioma), y prolongar su esperanza de vida. En estos tiempos en que la enfermedad del COVID-19 se ha convertido en una pandemia y que afecta aún más a las personas de la tercera edad, surge la pregunta ¿cómo lograr, que los jóvenes, niños se interesen no solo en aprender sino a vivir su cultura y convertirse en la nueva generación que revitalice y reivindique la identidad Indígena en El Salvador?
Existen otras preguntas que aún no tienen respuesta, como por ejemplo cómo iniciar iniciativas y propuestas de articulación entre las organizaciones Indígenas, que hasta el momento se encuentran desarticuladas. José Carlos Paiz Pérez, miembro de MUINA, considera que es de suma importancia tres cosas: la descolonización, el empoderamiento de la identidad y la unificación de la organización Indígena. Con mucha apropiación, expone:
“De parte de los Pueblos Indígenas, lo que queda por hacer, en primer lugar, es avanzar en el proceso de descolonización, es decir, quitar de nuestra mente, de nuestra vida, todos aquellos antivalores, actitudes que nos han enseñado y que nos destruyen, y que nos dividen y que por tal razón estamos peleados hasta en nuestra familia consanguínea. [En segundo lugar] Cada organización, cada pueblo tendría que avanzar en el empoderamiento del conocimiento de nuestra identidad, de nuestros principios y valores.
[En tercer lugar] Trabajar por la unificación de las organizaciones Indígenas. Tenemos que votar los intereses pequeños, grupales, personales. Tenemos que pensar en el desarrollo, en la evolución, en el florecimiento de nuestra identidad. Nuestros saberes ancestrales -no se trata de saberlos- sino de vivirlo, es impregnárselos, es pasarlos a nuestro interior, porque es lo mejor…Claro eso es un compromiso personal y después grupal”.
Efectivamente en El Salvador existe ahora la última generación de hablantes Náhuat Pipil, donde las ancianas y ancianos, son la fuente principal de los saberes ancestrales y la recuperación de idiomas. Pero esto puede cambiar si la comunidad se interesa en recuperar la cultura y no la deja morir. Ya hay esfuerzos importantes de personas y organizaciones Indígenas que se resisten a que el idioma desaparezca, quienes, con su interés y motivación, podrían hacer florecer nuevas generaciones de hablantes Náhuat Pipil en El Salvador. Por supuesto que el Estado tienen una responsabilidad de primer orden, la cual sigue pendiente, y eso, es otro gran tema a discutir.
***Agradecimientos especiales a cada uno de las y los entrevistados para la elaboración de este reportaje, quienes compartieron parte de la vivencia y lucha que realizan día a día, desde la cotidianidad. Así también, un agradecimiento a Besi Ramírez, quien brindó el apoyo y acompañamiento en Sonsonate, a Santo Domingo de Guzmán y Nahuizalco.
Sobre el autor:
Alejandro Ramiro Chán Saquic es del Pueblo Maya K’iche’ de San Andrés Xecul, Totonicapán, Guatemala. Es politólogo, con interés en contribuir a visibilizar y dar a conocer los problemas sociales, económicos, políticos y ambientales que enfrentan los Pueblos Indígenas de Guatemala y de Centroamérica a consecuencia de la acumulación de capital a través del despojo.