El Tintal: Cómo la investigación de una antigua ciudad Maya puede ayudarnos a comprender nuestro futuro
Por: Fabio Cresto Aleina y Francisco Castañeda
La Reserva de la Biósfera Maya en Petén es uno de los bosques tropicales más extensos de Mesoamérica, y representa uno de los ecosistemas más importantes del mundo. En medio de esta selva, se encuentran unos de los más antiguos y sorprendentes vestigios de la civilización Maya. El Mirador es probablemente el sitio más famoso de la región, y vino recientemente a la prominencia de las noticias no solamente por su relevancia arqueológica, sino también por una iniciativa de ley en los Estados Unidos en el año pasado, que pretende impulsar programas con impactos incalculables para los ecosistemas locales. Uno de los objetivos de esta iniciativa de ley es de transformar el sitio del Mirador en un enorme parque turístico, a través de la construcción de hoteles privados e incluso de un ferrocarril en el medio de la jungla. Las consecuencias de este proyecto serían gravísimas no solo para el medio ambiente, sino también para las comunidades locales, a las cuales se les podría arrebatar las concesiones forestales. Estas concesiones son un método que fue extremamente eficaz en los años pasados para impulsar la conservación de los bosques y la lucha contra los incendios y la explotación ilegal. Una de las comunidades más importantes del área es Carmelita, una pequeña comunidad establecida a los principios de 1900, en conexión con la extracción de la savia de chicozapote (o chicle). Sin embargo, las comunidades de la región, encabezadas por Carmelita, se opusieron fuertemente a la realización de estas obras. A apoyar las recuestas de las comunidades, se expusieron también los arqueólogos guatemaltecos que trabajan en el Proyecto Arqueológico “El Tintal” (PAET), con un comunicado que condena “los intereses lucrativos de turismo de alto impacto en la Reserva de la Biósfera Maya”.
Entre los signatarios del documento figura Francisco Castañeda, arqueólogo guatemalteco que trabaja desde hace muchos años en la región. “Nací y crecí en el contexto urbano de la ciudad de Guatemala en una familia de clase media, con un papá ausente por fallecimiento y una mamá que tuvo que trabajar mucho para sacar adelante a mi hermano y a mí”, recuerda Francisco a propósito de su niñez, cuando se le pregunta cómo empezó su aventura en la arqueología. Una de sus primeras memorias está ligado a una visita al parque arqueológico de Kaminal Juyu. En 1997 empezó sus estudios en arqueología. “Al igual que muchos colegas, lastimosamente por la historia de Guatemala, uno de los primeros acercamientos a la excavación con fundamento arqueológico fueron los proyectos de exhumaciones del conflicto armado interno”, menciona. Luego, trabajó en varios proyectos de investigación, conservación y restauración, del proyecto regional Laguna de Petexbatún a excavaciones en el Templo IV y en la acrópolis norte en Tikal.
El proyecto donde actualmente Francisco trabaja mayormente se encuentra en el antiguo asentamiento pre-Hispánico de El Tintal, a unos 17 km al norte de la comunidad de Carmelita y a unos 23 km al sur del Mirador. Se trata de un sitio accesible solamente a pie, después de horas de camino en el exuberante bosque tropical. El Tintal es una ciudad antiquísima, con una ocupación que empezó en el periodo llamado Preclásico Medio (1000 – 350 a.C.) y que continuó por casi dos milenios, hasta el Clásico Terminal (830 – 950 d.C.). “El objetivo general es conocer la historia de El Tintal a través de investigaciones arqueológicas, desde sus inicios hasta su abandono”, explica Francisco. La aplicación de tecnologías cómo la del LiDAR (Light Detection and Ranging o Laser Imaging Detection and Ranging en inglés) en este sitio ha recientemente permitido identificar una serie de proyectos de ingeniería hidráulica realizados por los antiguos habitantes que reflejan su grado de conocimiento sobre el medio ambiente y uso de recursos naturales.
El trabajo de Francisco Castañeda y de los arqueólogos del PAET tiene estrechas relaciones con Carmelita, en particular con la cooperativa de la comunidad, ya que los socios de la cooperativa son quienes manejan la concesión establecida en 1996 entre el gobierno y la cooperativa. Ellos manejan las actividades turísticas de la zona (en particular el popular treek Carmelita – El Mirador), pero también la explotación de madera bajo la Concesión Forestal Comunitaria, por medio de la cual la cooperativa se encarga también de la protección y de la conservación de los bosques locales. “Con el proyecto existe una comunicación en las que se les comparten los planes de investigación y se les solicita personal de apoyo para poder realizar las actividades de investigación”, informa Francisco, mientras habla también de hipotéticas formas de turismo sostenible para la región. A pesar de que no son muchos los turistas que quieren emprender la dura travesía de 5 días hasta el Mirador (o aún más, si se desean visitar también las ruinas de Nakbé) si se compara con las masas de turistas en sitios como Tikal, se encuentran graves daños al terreno del bosque causados por las mulas que traen la comida y el equipaje de los turistas. Además, se pueden observar en la selva los impactos de una invasión de garrapatas traídas por las mulas, aunque todavía no hay estudios científicos sobre potenciales enfermedades entre la fauna salvaje.
¿Puede existir un turismo sostenible en un ecosistema tan delicado y particular como el de la Biósfera Maya? Francisco responde: “Un turismo que es bien informado genera apreciación por el conocimiento. Porque, al final, ¿qué se lleva el turista? Las fotos bonitas, la aventura y varios piquetes de zancudos. Hay que buscar que se lleve el conocimiento y eso va a repercutir en un aprecio tanto por los monumentos culturales como naturales”. Turismo que entonces para ser sostenible tiene que ser, ante todo, turismo consciente. Solamente así, y profundizando la profunda conexión entre el conocimiento arqueológico y la naturaleza, será tal vez posible –de acuerdo a Francisco- entender cómo lograr verdaderamente un turismo sostenible. Pero no puede ser un proceso solamente a cargo de las personas individuales, se necesita en realidad “que el Estado y la población haga lo mismo y conozcan de verdad la importancia de la información que las personas que vivieron en estos centros arqueológicos dejaron para que a través de la investigación nos trasmitan su experiencia y su forma de interactuar con el entorno” agrega.
La investigación arqueológica sobre la vida de las antiguas comunidades Mayas y sobre sus colapsos puede ayudarnos a comprender algunos aspectos de nuestra civilización y, quizás, de nuestro futuro. Como nosotros, los Mayas impactaron ampliamente los ecosistemas que explotaron para vivir, en palabras de Francisco: “durante un periodo de varios cientos de años los Mayas interactuaron con su entorno cambiando el paisaje y dejando huella”. La interacción entre las antiguas poblaciones que vivieron por generaciones en las selvas y los ecosistemas locales no fue siempre sostenible. En un dramático paralelismo con la situación hodierna, algunos estudios mencionan que ya en este pasado remoto había sobreexplotación del suelo, deforestación masiva y una superpoblación que llegó a superar la capacidad de sustentación de la región dónde vivían. Francisco Castañeda indica: “Los Mayas, fueron sumamente exitosos, pero luego algo llevo a que esa interacción -entre los Mayas y los ecosistemas- se interrumpiera y las grandes ciudades fueran abandonadas”. Los arqueólogos están investigando ahora los rastros de que fue lo que sucedió, para comprender la interacción de los Mayas con su entorno. Una comprensión más profunda de lo que pasó y la diseminación de los resultados de proyectos cómo lo del PAET, son por ende de extrema importancia, no solamente para la investigación fundamental, pero también para ayudarnos a entender mejor nuestras interacciones con la naturaleza y para aprender realmente las lecciones del pasado.