Crónicas de Ciudad Cimera (Segunda parte)
A la manera de Dédalus
Por Mario R. Loarca Pineda
Cuarto miércoles de julio, de regreso a casa, tras haber cumplido con la inaplazable tarea de atender a Laika y Sandymount en sus menesteres del día, opté por llamar a cierta ejecutiva de éxito que suele mantenerse al tanto de casi todo y a quien le agrada contagiar su buen humor: Sandrita la corredora de bolsa, una auténtica banquera itinerante del BR.
–¿Y por qué no te venís al banco y nos vamos a tomar un cafecito?
¡Presto, pronto, aprontado! Me coloqué mi suéter boliviano estilo Evo encima de una camisa roja con la insignia del descafeinado sindicato socialista austriaco. Subí la pendiente del Estadio Escolar Mario Camposeco (EEMC) y me fui abriendo paso entre una mara-marabunta de pasajeros que ansiosos se aglomeraban para abordar los destartalados microbuses chinos y coreanos que componen el servicio urbano de primera clase.
Ingresé a la sede del BR con paso firme, como cliente de confianza-tarjeta platino, con chequera y atención personalizada. La banquera Sandrita me saludó empleando una forma muy propia de las quetzaltecas antañonas: ¡ya voy mi rey, esperáme un ratito, sentáte, ya merito nos vamos!
Aguardé, sumido en un sillón de la biblioteca del antiguo gobernador e historiador Don Mariano López Mayorical; estantes repletos de libros antiguos que no lee nadie, todo cubierto y protegido con nítidas vidrieras que los aíslan de sus peores enemigos: la gente shute, la mara curiosa, el tanatal de despistados que acuden al banco para solicitar créditos y son incapaces de ojear un ejemplar impreso, peor aún, de tomarlo entre sus manos.
Rondaron por mi mente algunas anécdotas que se contaban de López Mayorical: un ser extravagante casi siempre ataviado cual figurín del siglo XIX; historiador autodidacta y poseedor de una de las mejores bibliotecas habidas en aquella Xela atenagórica del siglo anterior (XX). Se afirma que fue el legendario pretendiente de la gitana Vanushka; un libertino repudiado que contrajo matrimonio con dama de rancio abolengo, heredera de rica fortuna, que devino dipsómana consuetudinaria por tener que soportar tanta congoja y la inclemente maledicencia pueblerina; todo Quetzaltenango hablando del caso.
¿Merece la pena coleccionar libros cuando uno habita en una sociedad tan provinciana y ultramontana, tan reacia a cualquier intento de ilustración?
Sandrita surgió por un pasillo, me levanté a saludarla y alistar la salida rumbo a un café. Iba acompañada de un varón galanote, cubierto con chumpa de cuero, que resultó ser de linaje conocido: Monroy Montes, uno de los hijos de los recordados mártires del Bufete Popular del CUNOC, Paco y Esperancita, cruentamente asesinados el 14 de julio de 1980, en las cercanías de La Floresta.
Descendimos al primer nivel de Pradera-Xela y desde las escaleras observé el resurgimiento de La Garza, una tienda que reluce a diferencia de aquel lúgubre almacencito de antaño, que tenía un mostrador despintado donde se presentaba la mercadería amontonada y engavetada.
Sandrita me revela el misterio: parece que una de las hijas de don Quincho se casó con un suizo que les consigue mercadería europea; mirá que bonitos floreros y aquel reloj grande que de plano ha de ser chino pero que tiene pinta de alemán o suizo, como los que se exhibían allá en La Maya, donde don Magín Capdevilla.
Propuse que recaláramos en el San Martín y allí empezamos a abordar asuntos de familia, que iniciaron con un vívido relato de su infancia y adolescencia aguantando como interna en el Colegio Teresa Martín (CTM) de las monjas carmelitas mexicanas y luego cual doncella cautiva en la lonja de un castillo de la zona tres, cerquita del vetusto Molino San Francisco.
Ella me reveló el origen tabasqueño de su madre y la llegada de sus abuelos -como precursores- al pueblo de Tacaná San Marcos, vía Motozintla, huyendo de alguna revuelta y cargando costales repletos de plata, de billetes y monedas de los tiempos de don Porfirio Díaz.
Alabó el acierto de sus abuelos al haber abierto la botica en un pueblo tan alejado de Dios y la civilidad; el espíritu emprendedor de la madre y su habilidad para preparar los embutidos; un padre, eterno empleado fiel y entacuchado del sacrosanto Banco de Occidente (BdeO), que abandonó el hogar para arrimarse con una cajera de labio leporino; las estrictas carmelitas mexicanas del Colegio Teresa Martín y las visitas del sinuoso jesuita catalán que se desempeñaba como Obispo de Los Altos, quien de casi todo se enteraba (monseñor piensa, monseñor quiere, monseñor dice, repetían las turiferarias chupacirios en aquel entonces), más nunca se dignó a posar su mirada en la figura de una huerfanita indefensa, hoy transmutada en exitosa banquera que alardea de poseer sólidos principios y valores.
Y él, Camilo, compartiendo, contándole de su síndrome emocional de hijo único; del sentimiento tribalista dominante en la aldea que explicaría el motivo de tan numerosas alianzas matrimoniales contra natura; dándole su parecer acerca del efecto patológico de la familia endogámica, poniendo en entredicho que ésta continúe siendo la base fundamental de una sociedad estamental y de una iglesia anquilosada.
Entretanto, correteando por un pasillo del San Martín, la gentil Begoña se hizo la aparecida, una de las herederas del bodeguero Arenales, el mismo que amasó tanto pisto vendiendo guaro nacional; por eso el Ajaw del Cerro Q le ajustó la cuenta permitiendo que uno de sus hijos se volviera un gran bolo, que por ahí sigue coleando y pidiendo fiado en los lupanares, a pesar de la cirrosis que ya lo tiene sentenciado.
Sí, la misma Begoña que Camilo recordaba por el queso fundido-americano-Kraft; la de no quiere otra cosita doctor-tal vez a doña Mati le gusten estas jaleas Ana Belly o las gelatinas Royal-todo un pedacito de domingo-que nos acaban de llegar de El Salvador, o la margarina Mirasol que está en oferta; también la Avena 3 Minutos que tenemos en promoción y que ayer vino de Nicaragua; no se preocupe doctor, después nos lo cancela-faltaba más tratándose de usted y doña Mati-tan chula-me hace el gran favor de saludarla-muy cariñosamente-siempre los esperamos por acá-en esta su humilde casita…
Primer jueves de agosto. Empezamos el tiempo de Leo. He padecido uno de los accesos de migraña que suelen aquejarme casi cada trimestre. Acudí al remedio de costumbre, una taza de café expreso con el jugo de un limón y el analgésico mexicano que me recetara cierto boticario coleto que mora allá en el barrio del Cerrillo, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.
Fui a acostarme medio aliviado y aletargado, resuelto a no escuchar la inclemente verborrea cacofónica-radiofónica en torno al nuevo partido de futbol Guatemala-EEUU, que abrió la eliminatoria para el Mundial de Sudáfrica 2010.
Entre cuatrienios presidenciales y eliminatorias cuatrienales de fútbol, los medios de comunicación de masas se han encargado de cuadricular a la población, sobre todo a los nativos de una tierra incógnita que, en su propia jerga, acostumbran denominar las cabeceras departamentales y los municipios del interior de la república.
Somos sociedades condenadas a votar, a callar y a mirar tv, sentenció Don Pedro Casaldáliga, obispo misionero de Brasil.
Pasé la tarde cabreado por el malestar, incapaz de escribir aunque fuera unas cuantas líneas.
En el plano personal tengo motivos para ver que he llegado al límite de mi resistencia y una voz profunda -acaso el gurú interior- me instiga a cambiar y a reencontrarme con la esperanza; insertarme en un ethos diferente, una ciudad que ofrezca orden y concierto, áreas verdes, conciencia ciudadana y espacios de cultura libertaria.
¿Es posible hallar un lugar así en el territorio guatemalteco?
Segundo martes de agosto, amanecí soñando que me hallaba dentro de una casona familiar de aspecto gaucho, rodeado de una extraña parentela que me había convidado a comer platos propios del lugar: locro, dulce de leche, asado vacuno, vino tinto, pan criollito, sopa de vegetales con polenta, alfajores, té de yuyos y grapa.
Me encontraba muy a gusto, disfrutando del sentimiento protector que me prodigaba ese montón de gente ataviada a la usanza de Martín Fierro. Por fuera, la casona estaba rodeada de calles empedradas y edificaciones de estilo colonial, algo parecida a Quito Ecuador o al centro de la docta Córdoba, en la Argentina.
Pervive en mi corazón el sueño de trasladarme algún lugar cerca de Córdoba y sobrevivir a distancia de los enredos y ataduras que devienen del clan, de la tribu, de la iglesia y del paisito de m (como ha dicho el gato Andrés) en donde pareciera que todo tiende a empeorar.
A las 9:20 recibí una intempestiva llamada de Ekaterina Kavanaugh, la bibliómana e historiadora oral confederada que radica en Savannah, Georgia (EEUU). Es un alma gemela que me deleita con sus relatos.
Me ha platicado, largamente, de su reciente visita a la ciudad de Hamburgo (Alemania), de la atmósfera de calles que inspiraron Adiós Berlín, la obra escrita por el británico Cristopher Isherwood y del entrañable filme Cabaret, dirigido por Bob Fosse y basado en la obra de Isherwood; con la actuación estelar de Liza Minelli, que estuvo soberbia. La llamada concluyó al agotarse su tarjeta telefónica confederada.
Sandymount y la cosmonauta soviética jugueteaban encima del sofá.
Poco después, en tiendas cercanas al mercado La Democracia indagué por precios de licuadoras de dos velocidades y aguardé diez minutos hasta enterarme que el dentista Juan Eulogio no atendería pacientes ésta mañana, porque ha preferido escaparse a tomar fotos en la silvestre playa del Manchón, más abajo de Retalhuleu-la capital del mundo.
Pasando a un costado del hospital que se llama La Democracia y que casi no se diferencia del mercado homónimo, he observado la escuálida figura de Damián, el zapatero dipsómano reincidente, que abandonaba la clínica Santo Toribio bajo la custodia de una mujer joven. ¿Será su hija solícita o una nueva concubina sufrida?
Rememoré la historia turbulenta de su amancebamiento con cierta dama aragonesa, auténtica colección de sainetes y pintorescos episodios que de vez en cuando tornan a relatar los miembros veteranos de la Sociedad Española de Beneficencia de Occidente (SEBO), que tiene su sede en la calle Real del Calvario.
Tercer jueves de agosto, aún me quedaban veinte quetzales en la bolsa, eran casi las 11 y no había tomado el café de la mañana, acababa de pergeñar Prensa Libre enterándome del nuevo resultado adverso ante los gringos. Miles de aficionados seguidores de la azul y blanco han amanecido defraudados tras el pésimo arbitraje de un colegiado caribeño.
Es una historia que parece repetirse durante cada eliminatoria.
Entonces opté por caminar al lado de la Escuela de Comercio (ENCO) y atravesar la cuarta calle a la brava, contraviniendo cualquier norma peatonal implícita-aprendida. Deseaba alcanzar cuanto antes la recién inaugurada cafetería universitaria.
Allí se encontraba Felicia, la repostera de estirpe calabresa con una pareja de amigos suyos, el kanjobal Timoteo y la canadiense Bernardette. Tan inesperado encuentro daría paso a un improvisado diálogo estereofónico en el cual fuimos discurriendo acerca del caos vehicular que impera en la Ciudad Cimera.
-Eso de que en Xela se logren aplicar planes de ordenamiento territorial y normativas que regulen el tránsito es una quimera. ¡No va a suceder nunca! Estoy convencido de que esta sociedad no evoluciona sino, por el contrario, involuciona cada día más. Todo en el país va para atrás: la política, la educación, el medio ambiente, las iglesias.
-Y Xela está mucho peor que la capital porque aquí nunca habrá alguien como Álvaro Arzú, que sí ha sido capaz de imponerse a las cúpulas del poder económico y emprender un proyecto urbanístico moderno que tenga continuidad más allá del circo electoral de cada cuatro años; las elecciones acaban siendo una estafa para la mayoría, pues quedan reducidas al puro mercadeo.
-Nosotros, en la universidad nacional, estamos formulando un proyecto orientado a regular el tránsito en Xela para lograr que el servicio urbano funcione con orden, que salgan de circulación tantas camionetas viejas y que sólo haya microbuses, que las paradas estén ubicadas con avisos y señales, para que no se detengan en cualquier esquina.
-Aquí no se aceptan planes y tampoco le conviene al alcalde oponerse a los negocios mafiosos de los transportistas. Hay muchos planes que han quedado truncados desde los acuerdos de paz y el montón de proyectos de desarrollo que ha traído la cooperación; pero por algo debemos empezar y hay que enseñar a la gente, educarla o civilizarla para que sepa cómo vivir en una ciudad.
-¡Tienes razón, no se trata solo de convencer sino, a veces, de ser un poquito coercitivos!
-¡Ya dejemos eso de un poquito! Para cambiar las cosas habría que empezar por el lenguaje que usamos. Estamos habituamos a hablar u oír hablar de un poquito enojado cuando estoy bien encabronado; de un poquito triste cuando estoy tan deprimido que quisiera tirarme desde un abismo; y un poquito tarde cuando se entrega el examen una semana después de la fecha fijada.
-También se dice: ¿le urge mucho? Lo único cierto es que algo urge o no urge. Ya Octavio Paz dijo que la corrupción empieza siempre por el lenguaje que se emplea y aquí, en Guatemala, aceptamos que se utilice un lenguaje timorato, impreciso, elusivo, orientado a encubrir la realidad de las cosas y nunca llamarlas por su nombre.
-Lo que ocurre en la capital es que, desde 1986, permanece un mismo grupo político-empresarial en el poder. Ha sido determinante la continuidad y la autoridad de Álvaro Arzú como el único político que no tiene miedo de imponer sus decisiones porque sabe quiénes son sus enemigos y conoce bien sus debilidades, sus corruptelas, su inclinación al sabotaje y a las campañas negras; él mismo se formó en el ambiente de la oligarquía desde que militó en la juventud del anticomunista MLN.
-En éste país Los medios de comunicación conspiran diariamente contra el estado, enarbolando la bandera de la democracia, dijo el difunto Ricardo Stein, un matemático y físico que fue Gerente de Gobierno cuando el mentado Arzú era Presidente (1996-2000).
-Lo del Transmetro en la capital sí que ha sido un avance, aunque el servicio sea de calidad precaria. Ya nadie puede subirse o bajarse en donde le ronque la gana para orinar o jalar tanates llenos de verdura; todos tienen que obedecer las paradas fijas y –lo más importante pensando en una sociedad que todavía no acaba de urbanizarse- la masa se acostumbra a caminar en bolita, como ganado, con policías que los arrean por gradas y pasillos para que no se disgreguen.
-Ahora se vuelve a caminar por las calles del centro histórico capitalino y uno recupera la representación arquitectónica de aquella ciudad que había quedado descuartizada después del terremoto de 1976. Con la mentada globalización se trata, a fin de cuentas, de urbanizar la sociedad, de ordenar la vida en espacios urbanos grandes como la capital, para que las masas consuman y se junten como manadas en los mall y en las áreas temáticas.
-La deficiencia en Xela, digo yo pues, es que no existe un conjunto de empresarios dispuestos a invertir en la ciudad, que acepten plegarse a las iniciativas del ayuntamiento o del alcalde.
-¡Lo que mata a esta sociedad tan retardataria es la avidez, la voracidad de tanta gente adiestrada para dar zarpazos y agandallar! Los comerciantes, ladinos e indígenas por igual, no aceptarán nunca la idea de peatonalizar el centro histórico de Xela, porque son tan haraganotes que quieren usar su picop o su carro hasta para ir al wc sin tener que bajarse del vehículo.
Mario R. Loarca Pineda es escritor guatemalteco, ha publicado artículos y ensayos en revistas de México y América Central. En 2006 apareció su libro Pecado Nefando México DF, Juan Pablos-UNICACH, (puede leer la reseña de su libro en: http://www.entremundos.org/revista/cultura/pecado-nefando-tesoro-literario-aun-descubrir/ Tiene formación en Psicología Social y en Estudios Latinoamericanos.
Crédito de foto de portada: John Mitchell